VIDEO › JCVD, DIRIGIDA POR MABROUK EL MECHRI
Jean-Claude Van Damme encara aquí una insospechada veta esteroide-autorreflexiva, interpretando a un prócer del cine de acción llamado... Jean-Claude Van Damme. El film exhibe una orgía de referencias y guiños cruzados que relativizan la idea de “celebridad”.
› Por Horacio Bernades
El músculo piensa. Empezó a hacerlo, allá por los ’90, Arnold Schwarzenegger, cuando interpretó, en El último gran héroe, a un notorio alter ego, para hacer chocar el mito del héroe de acción contra sí mismo. Ahora viene Jean-Claude Van Damme y profundiza esta insospechada veta esteroide-autorreflexiva, interpretando a un héroe del cine de acción llamado... Jean-Claude Van Damme. No por nada presentada en la última edición del Bafici, JCVD es, según el crítico de la revista Variety, “el emprendimiento más cerebral en la carrera del musculoso actor desde... bueno, desde siempre”. El sello Emerald la presenta el lunes próximo en Argentina, haciendo rimar JCVD y DVD.
“Estoy viejo para esto”, dice Van Damme de entrada nomás, después de que una torpeza y un decorado de cartón arruinaran un plano secuencia de vaya a saber cuántos minutos. Lo cierto es que el director y coescritor de la película, Mabrouk El Mechri, se dio el gusto de filmar en realidad ese complicadísimo plano secuencia, que si no fuera sumamente gracioso podría tacharse de ostentoso. Pasa de todo en esa típica escena de acción (elevada a la enésima potencia, de allí el efecto cómico), en la que el héroe libra varios combates contra un ejército entero, entre tiros, patadas, cabriolas y explosiones. La cámara sigue su recorrido en un travelling serpenteante, que atraviesa todo el decorado. “Tengo 47 años, ya no estoy para estas cosas”, insiste el pobre Van Damme, a quien la película muestra, efectivamente, viejo y arrugado. No sólo eso. “Es más bajito de lo que parece”, se sorprende un transeúnte, parte de la orgía de autorreferencias cruzadas que la película despliega con fruición.
Fotografiada con una tonalidad entre verdosa y decolorada, look cine “de arte”, JCVD pone a la estrella de acción entre dos fuegos bien reales. Como cualquier hijo de vecino, el tipo, amargamente separado de su esposa, está embarcado, en Los Angeles, en un juicio por la tenencia de la hija. Esta no quiere irse a vivir con él, porque lo considera mal padre. El segundo fuego es la situación central de la película: un intento de robo en una sucursal postal, que termina en toma de rehenes. Uno de esos rehenes es el propio actor. Todo sucede en Bélgica, donde nació Van Damme (lo cual da lugar a que también se chacotee sobre su condición de héroe nacional). De visita en su país, sin un euro encima y con todas las tarjetas yanquis rebotándole en los cajeros, el tipo fue a cobrar un giro en la sucursal del correo y quedó atrapado en una encerrona que podría ser de alguna de sus películas, si no fuera porque el contexto la vuelve crasa de toda crasitud.
Pero la encerrona no es ésa. La encerrona de toda celebridad es la celebridad misma, dice, o más bien sugiere, JCVD.
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