VIDEO › UN AMOR DE VERANO, DE BRADLEY RUST GRAY
La ópera prima del cineasta neoyorquino está lejos de mostrarse como la versión cool de Hollywood. Mira a sus personajes a la distancia, elude cualquier énfasis dramático y después de verla quedan grabadas dos o tres escenas, de enorme lirismo y sugestión.
› Por Horacio Bernades
Unas semanas atrás se señalaba en esta columna que la discontinuación de varias divisiones “de arte” e “independientes” (con todas las comillas del caso), por parte de diversas compañías major, parece haber tenido un efecto benéfico para el conjunto del cine estadounidense. Porque ahora, cuando se habla de cine indie, se habla de cine verdaderamente independiente. Ya no de productos calculadísimos, dirigidos a satisfacer expectativas de determinados nichos de mercado. Llámeselo ultraindie si se quiere. Lo que importa es que no se trata ya de una mera versión cool de Hollywood, sino de películas que expresan una voluntad auténtica de parte de sus creadores. En las últimas ediciones del Bafici y del Festival de Mar del Plata hubo ocasión de comprobarlo, con películas de Kelly Reichardt, Andrew Bujalski, Matt Porterfield, Zach Weintraub, los hermanos Safdie. Una nueva confirmación de esta new wave la da el lanzamiento de The Exploding Girl, que en noviembre pasado había podido verse en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata.
Un amor de verano es el título de rutina con que el sello Transeuropa (que el mes pasado editó, con el título Mi adorable ladrona, la también indie The Pleasure of Being Robbed) viene de lanzar esta ópera prima del neoyorquino Bradley Rust Gray. Lo de “chica que explota” es porque la protagonista, una chica de college llamada Ivy, sufre de epilepsia, y cuando tiene un ataque da la sensación de que está por convertirse en un scanner de Cronenberg. Pero de explosivo Ivy no tiene nada. Al contrario, es pura implosión. Callada, introspectiva y con aspecto como de nena (rodetito, maquillaje escaso, vestiditos floreados a lo Sarah Kay), la película narra el tiempo que Ivy (Zoe Kazan, nieta del legendario Elia) pasa en Nueva York entre los suyos, aprovechando el receso de verano.
Quien siga concibiendo el cine como arena de conflictos dramáticos no la tendrá fácil ante una película en la que todo lo que sucede es que Ivy se reencuentra con su madre y un amigo de infancia, recorre una Manhattan bellamente bañada por la luz de verano, va a alguna fiesta donde no se siente muy a gusto y, sobre todo, habla por celular con un novio que también parecería estar en receso. Hi!, dice ella. Hey, dice él, sin signo de admiración. De ahí en más dudan, esperan, dicen frases a medias. Como “mosca en la pared” suele definirse el modo con que ciertas películas observan a sus personajes: a la distancia, fijamente y como queriendo pasar inadvertidas. En el caso de The Exploding Girl da la impresión de que la pared es la de la casa de al lado. La cámara observa desde tan lejos –sobre todo en las escenas callejeras– que siempre hay un auto o peatón interponiéndose.
De The Exploding Girl quedan grabadas dos o tres escenas, de enorme lirismo y sugestión: la de presentación, cuando el rostro de la protagonista queda sumergido en el reflejo de unos árboles sobre el parabrisas, una en la que su tráquea, moviéndose de arriba abajo, expresa lo que ella no suele y otra en la que Ivy y su amigo observan el geométrico vuelo de unas palomas, súbitamente melancólico al pasar por esos ojos.
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