VIDEO › BRONSON, DIRIGIDA POR NICOLAS WINDING REFN
Basada en el caso real de un hombre que está en prisión desde hace más de treinta años, la película elude todos los cánones genéricos. Y deja de manifiesto el carácter irreductible de su protagonista, que es encarnado de manera notable por el británico Tom Hardy.
› Por Horacio Bernades
¿Una película de cárcel que cada tanto estalla en fragmentos de Lakmé, de Léo Delibes? ¿Un forzudo que presenta la historia de su vida, casi enteramente pasada en prisión, disfrazado de clown sobre un escenario? ¿Batallas campales entre guardias e internos, filmadas como ballets? Definitivamente, Bronson no es la clásica película penitenciaria. Ni la clásica película de acción. Ni la de héroes-patovica. Al mismo tiempo, no deja de ser todo eso, y es justamente esa mezcla entre los elementos más disímiles lo que la hace rara, distinta, interesante. Aunque no convendría usar esta última palabra: cuando el profesor de artes plásticas de una prisión lo hace, su alumno más bravo le retruca, con cara de pocos amigos: “¿‘Interesante’? ¿Qué quiere decir ‘interesante’?” Dirigida por el muy talentoso Nicolas Winding Refn –cuya Drive fue para más de uno “el” hallazgo de Cannes 2011– y fechada en 2008, Bronson se consigue aquí en DVD, recién lanzada por el sello SP Films.
Rapado y con 1,80 de altura, pectorales dignos de Hulk, imponente par de bigotes manubrio y gesto hosco, Michael Peterson no es la clase de tipo al que convenga hacer enojar. Eso es lo que los demás se empeñan en hacer con él, desde que empieza a ir a la escuela. El resultado son varios compañeros con los huesos rotos. Destino que tendrán más tarde los guardias de las cárceles y manicomios por las que Michael va pasando. Ese carácter irreductible parece animado por un doble empeño: no obedecer ninguna orden y huir del encierro. Basada en el caso real de un tipo que tras pasar treinta y cuatro años tras las rejas (treinta de ellos en celdas de castigo), al día de hoy sigue en prisión –no se sabe en qué estado–, Bronson debe su nombre al nombre “artístico” de Peterson, inspirado en su ídolo. Téngase en cuenta que la primera vez que el protagonista va a parar al hoyo es en 1974, y de ese año es El vengador anónimo. Película que, guste o no, hizo del señor Charles Buchinski, alias Charles Bronson, una superestrella del cine de acción.
Cine de acción es el que cultiva, desde hace quince años y de forma sistemática, Nicolas Winding Refn, nacido en Copenhague, criado en Nueva York y con domicilio y carrera repartidos entre ambas ciudades. Lo de Winding Refn no es acción mecánica y descerebrada, acción como fórmula o forma de fascismo, sino la acción como estética, como juego que puede desarmarse y volverse a armar. Pusher, su ópera prima de 1996, filmada en Dinamarca y editada aquí en los tiempos del VHS, resultó consagratoria, gracias a su concisión narrativa, su sequedad, su estilización. Hubo dos secuelas y otras confirmaciones de talento. Fear X, por ejemplo (2003), donde John Turturro buscaba vengar la muerte de la esposa mientras sufría extrañas visiones. O Valhalla Rising (2009), solitaria y alucinatoria épica vikinga. Drive, más recientemente, tal como habrá ocasión de verificar en un par de semanas, cuando se estrene aquí. Como en algunas de aquéllas, lo que Winding Refn hace en Bronson es rarificar el modelo, llevarlo al absurdo, extrañarlo. Las cárceles parecen decorados teatrales, las peleas son inauditas (el protagonista levanta a los guardias y los tira como peluches), los fondos quedan abstraídos de tan oscuros y el forzudo (notable encarnación del británico Tom Hardy) se comporta como adolescente bromista. Por más que el brutal disciplinamiento de sus guardias lo deje enchastrado en sangre, después de cada mojada de oreja de su parte.
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