VIDEO › HIJOS DE LA MEDIANOCHE, DE LA REALIZADORA INDIA DEEPA MEHTA
Nada más difícil de adaptar al cine que la novela original de Salman Rushdie, quien se encargó de la tarea en persona. A pesar de la abundancia del material original, la película sale airosa en su retrato de un personaje que simboliza la historia de India.
› Por Horacio Bernades
¿Qué hacer, a la hora de trasladar al cine una novela de esas que a lo largo de cientos de páginas hacen proliferar personajes, peripecias, cronologías, tonos y registros, con la voluntad totalizadora de una del siglo XIX? No hay otra opción que cortar, y la mejor manera de hacerlo es dejar afuera personajes o episodios enteros. Cuestión de que la película resultante no devenga una suerte de “grandes éxitos” del original. Es llamativo que no haya sido ésa la elección de Hijos de la medianoche, versión de la novela homónima que Salman Rushdie publicó en 1980. Llamativo, porque quien se ocupó de la adaptación no fue otro que el mismo Rushdie. Aunque, pensándolo bien, a la hora en que las tijeras se imponen, tal vez no haya peor adaptador posible que un autor enamorado de su material. Dirigida por la realizadora india Deepa Mehta y con una duración de dos horas y media, Midnight’s Children se presentó en septiembre de 2012 en el Festival de Toronto. El sello Transeuropa acaba de lanzarla en DVD, respetando el título original, tal como en su momento sucedió con la edición local de la novela.
Quienes la hayan leído u oído hablar de ella, sabrán que se trata de una alegoría que hace corresponder, de modo literal, el destino del héroe con el de la India, desde el momento de su independencia hasta el pasado inmediato a la edición. El protagonista, Saleem Sinai, nace en la medianoche del 14 de agosto de 1947, el momento exacto en que el gigante asiático nace también como país independiente. Narrada en off por el propio Saleem, Hijos de la medianoche remonta su historia hasta la del abuelo, iniciándose en 1917 y multiplicando, cruzando y descruzando destinos individuales, siempre con los acontecimientos históricos como telón de fondo. No por nada lo primero que se oye es “Había una vez”. Rushdie superpone el folletín finisecular a la alegoría y ésta al realismo mágico, como si Las mil y una noches se hubiera puesto súbitamente política.
Hay paternidades y filiaciones por doquier, sucesivas generaciones, niños cambiados al nacer, oposición entre un héroe-poeta de clase alta y un antagonista-guerrero de clase baja. Y está también el factor cómico-fantástico, que parece venir en línea directa de Rabelais y Jonathan Swift. Dotado de un imponente apéndice nasal, herencia del abuelo, a Saleem le basta con estornudar o inspirar fuertemente para que su cerebro se llene de voces. Voces que no tardarán en corporizarse, como fantasmas: son todos los niños nacidos el mismo día que él, alrededor de la medianoche. Niños que como él tienen poderes mágicos y que representan, obviamente, el futuro mismo de la India.
Pero claro, todo eso (que aquí se presenta en versión hipercompactada) no es más que el primer plano de una narración que tiene como fondo la relación con la ex metrópolis, los sangrientos conflictos religiosos, las intrigas que llevan a la división entre la India y Pakistán, una conspiración militar-restauradora y la política de “emergencia” de Indira Gandhi. Que sale tan mal parada, y tan literalmente, que intentó, en el momento de la publicación de la novela, llevar adelante un juicio que no prosperó. Realizadora experimentada, Deepa Metah (desconocida por aquí pero muy respetada internacionalmente, sobre todo por la llamada “trilogía de los elementos”, una de cuyas tres partes compitió por el Oscar al Mejor Film Extranjero) logra lo que parecería imposible: mantener bajo control a esta suerte de tropilla de caballos desbocados que constituyen el material de la novela.
Metah consigue no caer en el ridículo, conciliando opuestos que parecerían irreconciliables (la denuncia política y el humor naïf, las love stories cruzadas y la alegoría histórica, el enfoque étnico y la novela de formación al estilo Tom Jones o William Thackeray) sin desbarrar. Lo que no logra evitar es la obviedad de algunos símiles, el desfile de episodios apurados, la sensación de atropellada cabalgata que la despareja relación entre proliferación dispersiva y compactación narrativa necesariamente imponen.
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