Vie 30.03.2007
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VIDEO › “NO ABRAS NUNCA ESA PUERTA”

Un clásico del cine policial argentino

Inspirado en William Irish, en 1952 Carlos Hugo Christensen logró un film noir puro.

› Por Horacio Bernades

La secuencia dura unos cinco minutos y se desarrolla en silencio absoluto, en medio de las sombras de la noche. La mujer ciega entra a la habitación donde duerme uno de los maleantes y la recorre a tientas, buscando el arma que el hombre guarda. De pronto da la sensación de que está por despertarse, pero sin embargo no lo hace. La mujer encuentra el arma, la guarda en el bolsillo de su delantal, cierra con llave la puerta de la habitación y se encamina al cuarto de al lado, donde descansa el segundo hampón: su hijo. La situación se repite, con una variante: justo en el momento en que la anciana está a punto de tomar la pistola suena el pitido del tren, helando su sangre y la del espectador.

Narrada a pura elocuencia visual, demostrando un infrecuente dominio del suspenso y cargándola de un denso clima, brillantemente iluminada por el gran Pablo Tabernero, se trata de una secuencia totalmente insólita en el contexto del cine argentino clásico, siempre infectado de retórica. Es uno de los momentos más altos de No abras nunca esa puerta, que Carlos Hugo Christensen dirigió en 1952 y el sello Arte Video acaba de editar en DVD, tanto para la venta como para el alquiler. No es que se la vaya a encontrar fácilmente en cualquier videoclub, mucho menos en las góndolas de un supermercado. Pero si se recorre la avenida Corrientes, desde Callao hasta Paraná, se la encontrará. Vale la pena: raramente el cine argentino fue más puramente cine que en películas como ésta.

Habiendo debutado muy joven (en 1940, a los 24 años, con El inglés de los güesos), a este descendiente de daneses –nacido en Santiago del Estero– le llevó tres años y seis películas encontrar una técnica, un estilo, un sello propio. Lo hizo en 1943, poniéndole la firma a uno de los grandes melodramas del cine argentino: Safo, historia de una pasión, donde una arácnida Mecha Ortiz arrastraba hasta lo más bajo al normalísimo Roberto Escalada. Durante unos años Christensen se repartió entre las perversidades del melodrama (El ángel desnudo, Los pulpos) y la blancura de la comedia (la serie de La pequeña señora de Pérez, sobre todo). Sobre el fin de la década incursionó por primera vez en el policial, con la segunda versión cinematográfica de El asesino vive en el 21, farsa barroca a la que puso por título La muerte camina en la lluvia.

Enseguida vino La trampa, donde se dio el lujo de presentar a la platinum blonde Zully Moreno como morocha sin gracia, y luego, ya fuera de los Estudios Lumiton (donde había hecho toda su carrera) otros dos policiales que debieron haber sido uno, estrenados en abril y mayo de 1952: Si muero antes de despertar y No abras nunca esa puerta. Consecuente lector del género (“finalmente me quedé con un único autor, que para mí es el más notable: Georges Simenon”, le confesaría a Mario Gallina en entrevista incluida en Carlos Hugo Christensen, historia de una pasión cinematográfica), Christensen se había topado con unos relatos de William Irish, de quien Alfred Hitchcock adaptaría poco más tarde La ventana indiscreta y François Truffaut, La novia vestía de negro y La sirena del Mississippi. La gente de los Estudios San Miguel aceptó filmarlos, siempre y cuando el propio realizador se ocupara de tramitar los derechos.

Christensen tomó un avión, se reunió con Irish en Nueva York y logró arrancarle la cesión por una bagatela. Puso la adaptación en manos del dramaturgo español Alejandro Casona (exiliado en Buenos Aires desde el fin de la Guerra Civil), con la intención de filmar un largometraje en tres episodios. Pero uno de ellos le quedó demasiado largo, por lo cual estrenó primero ese (Si muero antes de despertar) y reunió el otro par (Alguien en el teléfono y El pájaro cantor vuelve al hogar) en una segunda película, a la que tituló No abras nunca esa puerta. Los tres relatos están atravesados por una temática familiar rarificada. En Si muero antes de despertar un niño descubre a un asesino (de niños) a espaldas de su padre, inspector de policía, mientras que Alguien en el teléfono está protagonizada por dos hermanos de sospechosa relación (Angel Magaña y la rubia Renée Dumas) y El pájaro cantor vuelve al hogar, por un profesional del robo y su madre, que al descubrirlo intentará denunciarlo (Roberto Escalada e Ilde Pirovano).

Tal vez es por esas extrañas relaciones familiares que cierta zona de la obra de Christensen, con estas películas como pináculo, parece hecha de sombras y no de luces.

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