VIDEO › VIDEO “JU-ON: EL GRITO 2”
La muerte en Japón goza de buena salud
La segunda parte de la saga creada por Takashi Shimizu, todo un éxito en su país y en el mercado occidental, insiste en la maldición de la casa fantasma.
En Japón, los muertos gozan de larga vida. Esto es válido no sólo para una cultura que milenariamente venera a los que se fueron –con la abundancia de rituales propia de una tradición que los cultiva con fruición– sino también para algo mucho más prosaico, más directamente vinculado con otros cultos, en apariencia más propios de la cultura occidental: el mercado, el consumo, la explotación intensiva de ciertas franquicias. No es sólo que en aquellas antípodas se recuerde cotidianamente a los que ya no están sino que, desde que se convirtieron en todo un éxito, las películas de aparecidos nipones se multiplican y ramifican, inundando el mundo entero de pálidas señoras de pelos muy largos y pálidos niños de ojos muy grandes. Véase si no la serie Ju-On, que, copiando la progresión de su antecesora The Ring, no cesa de proliferar. Nueva muestra de ello es Ju-On: El grito 2, que el sello SBP edita por estos días en la Argentina, en exclusiva para el mercado del video y en formatos VHS y DVD.
Todo había empezado en el 2000, cuando la primera Ju-On salió en el muy activo mercado del directo-a-video japonés. De allí en más hubo una segunda para video y dos más para cine, de las cuales la primera se editó aquí en video hace unos meses y esta que sale ahora es la segunda. Pero no se crea que la cosa es tan sencilla, porque además de una ya anunciada Ju-On 3, Takashi Shimizu –realizador de todas las películas de la serie– dirigió la versión estadounidense de la primera (que es la que aquí se estrenó como El grito) y está haciendo lo propio con la segunda, con estreno previsto para el año próximo. O sea, un intríngulis de secuelas y versiones, en distintos idiomas, distintos formatos y con distintas cronologías. Que es, calcado, lo mismo que había sucedido unos añitos antes con The Ring. Y todo seguirá, porque por lo visto la vida de los muertos de ojos rasgados no parece tener fin, por el momento.
Básicamente, Ju-On 2 es más Ju-On, en tanto se reiteran aquí, con unas pocas variantes, el tema y las características de la primera. Hay una casa maldita en la que años atrás ocurrió un espantoso crimen familiar, y los muertos no están dispuestos a morirse del todo, por lo cual la mamá y el nene asesinados tienden a reaparecer debajo de las camas y adentro de los placards. La maldición de la señora blanca y el niño azul, podría llamarse la serie, si no fuera que los orientales tienden a ser concisos cuando titulan. Lo otro que reitera Shimizu, autor del guión una vez más, es una estructura narrativa que se organiza de modo episódico, en base a una temporalidad que, antes que a la línea, hace honor a aquella célebre cinta de Moebius, todo un desafío a la lógica en tanto tendía a enrollarse sobre sí misma. Siguiendo a los distintos personajes que se topan con los fantasmas, como sucedía ya en Ju-On, Ju-On 2 consiste en una serie de episodios entrelazados entre sí, todos ellos precedidos del nombre del protagonista de turno.
Si hay alguna novedad, ésta consiste en una vuelta de tuerca bastante infrecuente en el cine asiático, que es la de la autorreferencia, el juego de espejos, el rizo que se vuelve a rizar. Esta vez, la maldición de la casa fantasma se extiende a aquellos que intentan convertirla en ficción. Con lo cual la película entera parecería querer hablar de sí misma y del género de terror en general, un poco a la manera de la última Pesadilla o, notoriamente, la serie Scream. Es así como Ju-On 2 transcurre en el ambiente de la televisión, específicamente un programa sensacionalista sobre espectros, fantasmas y apariciones, como los que suelen verse en el canal Infinito. Los productores de ese programa invitan a su vez a una actriz del género, popularmente llamada “La reina del terror”. Pero hasta ahí llega la voluntad autorreflexiva o autoparódica de Shimizu, que no parece demasiado interesado en explotar hasta sus últimas consecuencias el discurso irónico sobre el propio género, o sobre la televisión. En lugar de desarrollar esa veta, el realizador prefiere multiplicar el menú de variantes genéricas, hasta llegar al borde mismo de la autoparodia. Como cuando a un ahorcado por terror se le suma una sucedánea, siendo dos los colgados del techo, con el niño-fantasma hamacándolos como si estuviera en la plaza. O como en esa otra escena en la que la mano de un fantasma está a punto de atrapar a una víctima. Pero otra mano –la de la mamá de la chica, que está tan muerta como el otro– se lo impide, justo a tiempo. Con lo cual Ju-On 2 hace honor a su título, operando por duplicación.