VIDEO › SANGRE YACUZA
El japonés Miike Takashi propone, en la secuela de Dead or Alive, seguir el insólito itinerario de dos asesinos a sueldo.
› Por Horacio Bernades
Si alguna vez una película cerró toda lógica a soñar siquiera con una secuela, ésa fue Dead or Alive, del nipón Miike Takashi, editada hace unos meses en video como Vivo o muerto. Sucede que Dead or Alive terminaba no sólo con la muerte de ambos protagonistas, sino con la extinción del planeta Tierra, al que aquéllos habían hecho estallar en pedazos. Pero, claro, qué podrían importarle las restricciones de la lógica a un tipo como Miike, habituado a pergeñar armas mortales que brotan del cuerpo de los personajes, hacerles escupir letales monstruitos de plastilina o imaginar un señor adulto saliendo de la vagina de una muchacha. Así que inmediatamente después de concluir Dead or Alive y dado su éxito en todo el mundo, lo primero que hizo el señor Takashi (después de filmar un par de largos, un corto y una serie de televisión, todo eso en el curso de unos meses) fue empezar Dead or Alive 2. Lo hizo, por supuesto, con los mismos actores que había matado en la primera parte. Y en el planeta Tierra, por si a alguien le quedaba alguna duda.
Que sean los mismos actores no quiere decir que sean los mismos personajes. Miike no va a andar permitiéndose cualquier cosa. Para eso está en tal caso la tercera parte de la saga, filmada un par de años más tarde y próxima a editarse, que transcurre en el año 2346 y donde un pequeño grupo de resistentes combate a un dictador gay, que entre otras cosas ha prohibido la procreación. Pero de eso habrá que hablar de acá a un tiempo, cuando la lance el sello SBP. Ahora es la hora de Dead or Alive 2, cuyo subtítulo de distribución internacional es Birds y que la edición local traduce libérrimamente como Sangre Yacuza (así, con c en lugar de k). Esta vez no se trata, como en la primera parte, de un detective y un gangster, sino de dos asesinos a sueldo, que al comienzo quieren masacrarse y al final terminan haciéndose grandes amigos. Todo empieza cuando un Sho Aikawa de cabello parafinado se parapeta con su fusil de mira telescópica en una azotea, apunta sobre el blanco asignado y cuando está a punto de disparar... se encuentra con que otro tipo se le adelantó, acabando en cuestión de segundos con el blanco y toda su comitiva. Se trata, claro, de Riki Takeuchi, que sigue siendo su némesis y tiene el jopo tan alto como en la primera parte.
Destinados a imitarse, ambos deciden –cada uno por su lado– exiliarse en la isla donde nacieron. Allí pasean por la playa, se reconocen como amigos de la infancia, presentan una obrita de teatro para los niños del lugar y finalmente ponen una empresa de crímenes privados, cuyos fondos destinan a los niños pobres y enfermos del Tercer Mundo. Momento a partir del cual les brotan, cada tanto, sendos pares de alas. Llena de las licencias, invenciones y ocurrencias que son marca de fábrica del autor de Audition, hay en D.O.A. 2 (tal la sigla con que se la conoce) un ilusionista que representa las guerras internas de la yakuza usando cajas de fósforos (se trata de Shinya Tsukamoto, director de la célebre Tetsuo y muy amigo de Miike), un montaje que disloca tiempos y espacios, un bloque de granito que uno de los protagonistas saca de algún lugar de su espalda en medio de una batalla campal, una triple ejecución narrada con diseño de computadora, un cometa visiblemente dibujado en el cielo, una obra para niños que incluye un pene de juguete. Y un pene de verdad, no de juguete, cuyas descomunales dimensiones hacen pensar que tal vez no sea tan de verdad. Aunque la copia que se lanza en Argentina apenas permite sospecharlo, culpa de un ubicuo pixelado de censura, como los que se usaban en épocas de mayor represión.
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