VIDEO › “PAPRIKA”, DE SATOSHI KON
El film de animación japonesa tiene una estética tan preciosista como abrumadora.
› Por Horacio Bernades
Fuera de los círculos de fans o de iniciados, lo que en Argentina se conoce de la animación japonesa son sólo los últimos trabajos de Hayao Miyazaki (El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo), punta de un iceberg enormemente vasto, de consistencia metamórfica. Nombres como Katsuhiro Otomo, Mamoru Oshii y Rintaro, creadores de hitos del animé como Akira, Ghost in the Shell, Avalon y Metrópolis –todas ellas editadas en Argentina, en tiempos del VHS– están apenas un escalón por debajo de Miyazaki, tanto en términos conceptuales y creativos como técnicos y formales. Otro de los grandes autores de lo que da en llamarse japanimation es Satoshi Kon, que debutó a fines de los ‘90 con la celebradísima Perfect Blue, pergeñando más tarde otros largometrajes de culto, tales como Millenium Actress y Tokyo Godfathers (editado este último en VHS, con el título de Héroes al rescate). Como ellos, el film más reciente de Kon, Paprika, contó con amplia distribución internacional y es así como ahora llega en DVD a la Argentina, lanzada por LK-Tel, tras haberse exhibido en la última edición del Bafici.
Tanto Perfect Blue (1998) como Millenium Actress (2001) lidiaban con una cuestión que Kon (Hokkaido, 1963) había perfilado en La rosa magnética, episodio del film colectivo Memories, del cual escribió el guión (1996, aquí se editó en VHS como Recuerdos peligrosos). Esa cuestión, verdadera obsesión que lo emparienta con las novelas de Philip Dick, es la imparable contaminación entre recuerdos e imaginación, sueños y vigilia, realidad y ficción y vida y cine. Lo cual da por resultado que tanto las películas escritas como las dirigidas por él, con la única excepción de Tokyo Godfathers (suerte de cuento de hadas realista-sucio de 2003, que varía y deforma Three Godfathers, de John Ford) se desarrollen en una zona imprecisa, en la cual los personajes fracasan en determinar qué es real y qué imaginado, qué sueños son propios y cuáles ajenos. En Paprika esto se ve agigantado hasta límites incalculables.
Ubicada en un futuro que bien podría ser el presente, la historia gira alrededor de cierto dispositivo llamado DC Mini, desarrollado por los miembros de un centro de investigaciones psiquiátricas. Se trata de un chip que permite ingresar en los sueños ajenos con objetivos psicoterapéuticos y, claro, como es de imaginarse ha sido robado por algún oscuro personaje, con vaya a saber qué maléficas intenciones. Tanto los miembros del equipo científico como un detective intentarán develar el misterio. Para ello deberán entrar y salir de sueños propios y de terceros, en muchas ocasiones sin saber si están en uno u otros. El detective, a su vez, se ve perseguido por recuerdos traumáticos que lo acosan, y que su memoria fusiona con el argumento de un corto filmado por él mismo, cuando era joven y estudiaba cine. Ingresando en una misteriosa página de Internet podrá corregir esos recuerdos. Para complicar más las cosas, uno de los personajes centrales tiene un doble onírico, una chica a la que, por ser pelirroja, llaman Paprika, que aparece y desaparece de modo más o menos aleatorio.
Finalmente todos los sueños se cruzan y confunden, en una suerte de hiperonirismo arbóreo que tal vez hubiera interesado a Borges, de no ser tan barroco e incontinente. Quien haya visto Perfect Blue, Millenium Actress o el episodio escrito por Kon para Memories no tendrá más que ponerlas al lado de Paprika para verificar que todas representan variaciones de los mismos temas, tamizados por una animación preciosista en la que el maniático cuidado del detalle parecería serlo todo. Si la cantante teen-pop de Perfect Blue encontraba, en un site de Internet, datos de su intimidad que sólo ella podía conocer (pero de los que una fan parecía estar en posesión, como si se tratara de su doble); si la vieja diva de Millenium Actress no podía distinguir entre recuerdos vividos y películas actuadas; si los viajeros espaciales de La rosa magnética se veían atrapados en un planeta hecho de proyecciones holográficas, digno de La invención de Morel, aquí todo eso reaparece y se suma. El resultado es una suerte de monstruo abrumador llamado Paprika, lleno de sueños dentro de sueños y films dentro de films, en los que brotan y proliferan personalidades dobles, formas mutantes, abarrotados desfiles callejeros, robots mecánicos y muñecas gigantes que destruyen Tokio, como si de versiones infantiles de Godzilla se tratara.
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