VIDEO › “EDMOND”, DE STUART GORDON
El director de Re-animator y otras obras de terror gore se revela como un profundo conocedor del mundo del autor de Sexual Perversity in Chicago y cuenta en el elenco con sus actores más fieles.
› Por Horacio Bernades
¿Alguien podía imaginar que Stuart Gordon, veterano de guerra del terror más gráfico y visceral, terminaría dirigiendo una obra de David Mamet, a quien no pocos consideran el más prestigioso dramaturgo viviente de los Estados Unidos? Claro que esa clase de casilleros tiende a ser engañosa: así como la mayor parte de las películas de terror de Mr. Gordon están basadas en obras literarias (cuentos de Lovecraft, la mayoría de las veces), casi todas las filmadas por Mamet sobre guiones propios no son dramas de alta alcurnia sino, muy por el contrario, policiales, films de acción y de espionaje. Por raro que pueda sonar, a mediados de los ’70 Gordon había estrenado en teatro una de las obras más conocidas de Mamet, Sexual Perversity in Chicago. Conclusión: no debería sorprender tanto que haya sido el director de hitos del destripe como Re-Animator (ver Lanzamientos) quien finalmente llevara al cine una obra que Mamet tenía guardada hace rato en el estante. La película en cuestión es Edmond, exhibida en competencia oficial en la edición 2006 del Festival de Mar del Plata y que, con distribución de Gativideo, acaba de editar el sello 791.
Mametiana a más no poder, Edmond presenta no sólo a varios de los actores de confianza del autor de Mentiras que matan, sino además una mixtura de dos de sus formatos preferidos (la fábula de aprendizaje, el cuento moral) para narrar aquello que suele narrar: la concreción de una fantasía masculina, con resultados que en lugar de un premio resultan ser el peor de los castigos. Asociado con el autor de Chicago desde los tiempos de Casa de juegos, lo de William H. Macy es un verdadero tour de force, en tanto debe encarnar a un personaje que pasa de la pasividad y la resignación a la humillación, la rebelión, el deseo, la locura y el crimen, para terminar en una nueva y ambigua clase de aceptación. Macy recorre todas esas fases con tal nivel de entrega que el Premio al Mejor Actor que el jurado de Mar del Plata le otorgó en marzo del año pasado debe ser uno de los más indiscutibles que jamás se hayan concedido allí.
En el comienzo de la película y después de que una tarotista le haya dicho que estaba en el lugar equivocado, el protagonista, hombre de traje y attaché, llega a la casa y le anuncia a su mujer (Rebecca Pidgeon, esposa de Mamet) que se va. “¿A qué hora volvés?”, pregunta ella antes de comprender que el tipo la está dejando para siempre. No se le pide al espectador que crea en la situación, sino que la tome como viene. Si se tratara de un relato realista, el destino del héroe no vendría marcado, desde la escena inicial, por cierta cifra, que corresponde a la hora de una cita, la dirección de la adivina y el número de celda a la que en determinado momento irá a parar este hombrecito rebelado. ¿Rebelado contra qué? Contra lo que él vive como la cárcel del hombre blanco. Las paredes de esa cárcel son las de la civilización, y la única salida parecería ser, en su fantasía, volver a un estado de puro deseo.
El deseo de Edmond es sexual, de allí que recorra cuanto tugurio, cabaret, bar de strippers y casa de masajes ofrece la ciudad de Chicago. U ofrecía: la obra original es de comienzos de los ’80, y a ello se debe que la Chicago de Edmond parezca una sucursal de ese antro que era la Nueva York de Taxi Driver. Sucursal del infierno, para ponerlo en términos de las fantasías de este hombre blanco reprimido, homofóbico y racista, a quien el parroquiano de un bar (Joseph Mantegna, otro miembro estable del Mamet–team) convence de que los negros tienen la culpa de todos los males. Bastará que Edmond se sienta humillado por lo que una copera (Denise Richards) le quiere hacer pagar por un whisky, del mismo modo en que se considera estafado por la chica de un peep-show (Bai Ling) y la pupila de un burdel (Mena Suvari, la rubia de Belleza americana, morocha esta vez) para que empiece a usar en carne ajena el cuchillo de supervivencia que el azar o la Providencia han puesto puntualmente en su camino.
Carne de mujer, carne de negro: está claro quiénes son, para este hombrecito blanco, los que le han quitado poder. El deseo de Edmond no es entonces de índole sexual solamente: es también deseo de muerte, y para eso Mamet & Gordon tienen una cura que es como un chiste. Con ese chiste, con ese castigo o reversión del destino se cierra Edmond, de modo tan cruel y satírico como las fábulas de Mamet suelen hacerlo.
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