VIDEO › EL BIOPIC “LLAMAME PETER”
En la vida, Sellers no era tan gracioso
Basado en un libro igualmente cruel, el film muestra un carácter algo repugnante.
› Por Horacio Bernades
Con la mejor intención aunque poco tino, el chico toma pintura blanca y traza una raya sobre el rayón producido sobre el Porsche rojo que papá acaba de comprar. Cuando papá ve el blanco sobre rojo en su chiche nuevo, no lo duda. Va corriendo hasta la habitación del hijo y procede a hacerle pedazos su Scalextric, saltando sobre él como un desaforado, con el rostro casi del color del Porsche. Llámame Peter no deja precisamente bien parado a Richard Henry Sellers, más conocido como Peter. El tipo habrá hecho reír a varias generaciones, pero por lo visto –si hay que darle crédito a este telefilm, basado en una biografía no muy piadosa para con él– en la intimidad promovía, antes que eso, lágrimas, furias y abandonos. Producida por la cadena HBO y titulada originalmente The Life and Death of Peter Sellers, en la Argentina Llámame Peter llega bastante antes a los videoclubes que a la televisión de cable, lanzada en estos días –en formatos VHS y DVD– por el sello AVH.
Presentada en Cannes 2004 y difundida hace pocos meses, vía cable, en los países del norte, Llámame Peter responde al canon del biopic, o biografía cinematográfica contemporánea. Mientras que el biopic de los años ’40 a ’60 tendía a convertir al biografiado en un santo varón (o mujer), el de los ’80 para acá parece regirse por la política del ajuste de cuentas. Compárese el impoluto Cole Porter de Noche y día (1946) con el de la reciente De-Lovely –que se cobraba las farras del protagonista con enfermedades, invalideces y muertes– y se tendrá una muestra flagrante de esta oposición. Basada en un mamotreto bastante amarillento, escrito por un tal Richard Lewis, la otra coincidencia de Llámame Peter con biopics recientes es la de la absoluta mimetización del actor protagónico con el personaje, que emula a la del morocho Jamie Foxx haciendo de Ray Charles en la reciente Ray.
Ayudado por una pequeña prótesis nasal (nada comparable a la pinochesca nariz de Nicole Kidman en Las horas) y tras horas de internación viéndose todos los tapes habidos y por haber de Mr. Sellers, el australiano Geoffrey Rush logra una asombrosa caracterización de su admirado par inglés. Que ésta no se limita a lo físico queda claro cuando se lo ve con bigotes, piloto y sombrerito, tartamudeando y lanzado en esas carreritas cortas que hicieron inolvidable a Clouseau. Antes o al mismo tiempo que el inspector de la Sureté estuvieron el delincuente mod de El quinteto de la muerte, el despreciable Quilty de Lolita, las multicaracterizaciones de Dr. Insólito y hasta el inaudito James Bond de Casino Royale. Así como después vino el Chauncey Gardiner de Desde el jardín, y a todos esos personajes evoca Llámame Peter. Llamativamente, jamás asoma uno de los Sellers más recordados por los argentinos, el clouseauesco Bakshi de La fiesta inolvidable. Posible razón: esa película de Blake Edwards, que figura en el ranking de las comedias que más hicieron reír por aquí, en tierras del Norte fue un fracaso.
Pero además de los personajes está la persona, claro. Si es que jamás existió algo así. El propio Sellers dijo alguna vez que eso que hubo detrás de sus máscaras fue extirpado para siempre. Así como algún director lo definió alguna vez como “el actor perfecto, ya que es lo más parecido a una botella vacía, que puede llenarse con cualquier cosa”. Según este telefilm dirigido por Stephen Hopkins, la que vació la botella fue la mamá, gorda casi hitchco-ckiana que maneja al pequeño Peter como una titiritera (Myriam Margolyes, matrona de La edad de la inocencia). ¿Habrán tenido que ver con ella los legendarios fracasos matrimoniales del hijo, el más famoso de los cuales fue con la espectacular sueca Britt Ekland? A la primera esposa, encarnada aquí por Emily Watson, el bueno de Peter le comenta como si nada que la quiere más a Sofia Loren (que no le da ni la hora). A la rubísima Ekland (Charlize Theron, plenamente repuesta después de su período de fea transfigurada) directamente la muele a golpes. No fue mucho más amable la relación de Sellers con Blake Edwards, que se cansó de sacarle el jugo a la serie La Pantera Rosa, y a quien aquí incorpora un John Lithgow de negro bisoñé. Stephen Fry, recordado por su protagónico de Wilde, hace de un mercachifle de la adivinación, y brevemente aparece Stanley Tucci como su tocayo Kubrick. A su turno, Geoffrey Rush hace de todos ellos. Esto es, de Sellers, pero además la mamá, el papá, las esposas, Edwards y Kubrick. Con lo cual es más Sellers que nunca: si algo caracterizó a esta botella vacía fue la capacidad de llenarse, a lo largo de su breve vida, con líquidos de todas las marcas.