Sáb 19.01.2008
espectaculos

VIDEO › “3 EXTREMES”

Tres episodios que hielan la sangre

Los directores asiáticos Miike Takashi (Japón), Park Chan-wook (Corea) y Fruit Chan (Hong Kong) fueron convocados para una antología de cortos de terror. El resultado es un combo no apto para almas impresionables.

› Por Horacio Bernades

La cosa empezó en 2002 y dos años más tarde los productores levantaron la apuesta. La idea original consistió en reunir a tres directores asiáticos para una antología de cortos de terror. Género que en años recientes alcanzó, en la zona, fuerte desarrollo, tanto en lo comercial como en lo artístico. La película tuvo un título casi tautológico: se llamó Three. Como no le fue mal, en 2004 los mismos productores volvieron a la carga con un nuevo trío de directores, que representaron la clase de relevo a la que en fútbol se llamaría “un banco de lujo”. Empezando por el nipón Miike Takashi, autor de esas locuras llamadas Dead or Alive, Audition o La felicidad de los Katakuri. Junto a él, el coreano Park Chan-wook, recién salido de ese batacazo fenomenal que fue Old Boy. Completando el trío infernal, el hongkonés Fruit Chan, no tan conocido en la Argentina, pero todo un nombre del cine de arte y circuito de festivales, con películas como Made in Hong Kong o The Longest Summer. Esa segunda trilogía se llamó Three: Extremes y se estrenó en 2004. El sello SBP la edita ahora en la Argentina, con un título igual que se escribe distinto: 3 Extremes.

El primero de los episodios es el que más puede sonarle al espectador local. Se trata de Dumplings, primera versión del largometraje homónimo, que Fruit Chan consumó de inmediato, cuando le vio la punta al asunto. Corto y largo no se diferencian mayormente. Quienes vieron la versión extendida, estrenada un par de años atrás en la Argentina, difícilmente habrán olvidado el argumento. Con la intención de reconquistar a su infiel marido, una señora muy paqueta visita a una chica, que parece poseer el secreto de la fuente de Juvencia. El secreto se halla en los dumplings que prepara, esos raviolitos que pueden comerse en cualquier restaurante chino. Más precisamente en el relleno. No es pollo, ni verdura, mucho menos ricota: se trata de fetos humanos, que la muchacha tritura con delicadísima paciencia oriental. Fotografiada por Chris Doyle (brazo derecho de Wong Kar-wai) con proverbial exquisitez y abundancia de encuadres segmentados, reflejos en espejos y cortinas de suave ondular, Dumplings es una sátira social helada y feroz. Algo más explícita –y también más redonda– aquí que en la versión larga, que dura casi el triple.

Si alguien la pasa mal por lo que Dumplings le hace ver, más vale que apague la reproductora antes del comienzo de Cut, aporte de Park Chan-wook a la trilogía. Seguramente con algún matiz autorreferencial (aunque suena poco factible que a Park le haya sucedido lo que cuenta aquí), el protagonista es un director de películas de terror a quien un intruso secuestra una noche, en el estudio de filmación. El director se despierta y descubre que no está solo: sentada al piano, su esposa, atada y amordazada, como una marioneta humana. En el estudio hay también una nena, a quien el intruso (un extra de cine, frustrado, con un defecto al hablar y un resentimiento de clase machazo) acaba de secuestrar. Lo que el director tiene que hacer es muy sencillo: estrangular a la nena. Si no lo hace, cada cinco minutos el otro le cortará un dedo a la esposa, con un hacha. Si alguien cree que el tipo no piensa cumplir su amenaza, que espere cinco minutos y va a ver. Perverso cuento moral, fantasía masoquista o simple ejercicio sádico, en inesperada sintonía con tanto cine de torturas posterior: cada uno sabrá. A su propio riesgo, claro.

El que es todo un experto en torturas cinematográficas es Miike Takashi, autor del corto que cierra la trilogía y que con películas como Ichi, the Killer alcanzó cotas no superadas en la materia. Curiosamente, acá Miike está contenido. Su corto se llama Box (La caja) y narra una historia retorcidísima, con dos hermanas mellizas que trabajan en un circo con su padre ilusionista, y que se disputan su amor. Su amor y su cama. Obviamente, la cosa termina mal. Pero después de terminar sigue, ya que Miike la narra en dos tiempos: el presente, donde una de las chicas es una escritora famosa, y el pasado, cuando su hermanita todavía vivía. Quien haya visto Hermanas diabólicas, de Brian de Palma, tal vez pueda prever la sorpresa final. Más prolijo que de costumbre, menos caótico y nada escatológico esta vez, Miike impone un estilo narrativo típicamente entrecortado, lleno de elipsis y huecos, que el espectador deberá rellenar. Mientras no recurra al relleno de Dumplings, no es para preocuparse.

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