Sáb 12.04.2008
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VIDEO › EL NOMBRE DE LA VENGANZA, DEL COREANO PARK CHAN-WOOK

Festival de revanchas y estilos

En Sympathy for Mr. Vengeance, el director oriental hace uso y abuso de una amplia gama de registros, de la comedia disparatada al dolor más intenso, pasando por un gore que se ríe de sí mismo.

› Por Horacio Bernades

En mayo de 2004, siendo presidente del jurado, Quentin Tarantino llegó a Cannes con una idea fija: premiar una película de las que ese año competían por la Palma de Oro. Se trataba de Oldboy. Tarantino cumplió sus deseos, otorgándole a su director, Park Chan-wook, el Gran Premio del Jurado y convirtiéndolo, en ese mismo instante, en fenómeno global de culto. El fanatismo del realizador de Kill Bill por su colega coreano había nacido dos años antes, al ver su película anterior, Sympathy for Mr. Vengeance. Se entiende: como las del propio Tarantino, como Oldboy más tarde, Sympathy for Mr. Vengeance parecía fabricada a puros golpes de genio, de esos que nadie espera y todos celebran. Seis años más tarde y tras haber hecho lo propio con la película que instaló el nombre de Park Chan-wook en su país (J.S.A., editada con el subtítulo Zona de riesgo), el sello SBP lanza en Argentina Sympathy for Mr. Vengeance, rebautizándola El nombre de la venganza.

Exhibida en su momento en el Bafici y primer paso de la llamada “Trilogía de la venganza” –que se completa con Oldboy, 2003, y Sympathy for Lady Vengeance, 2005–, El nombre de la venganza es por sí sola una trilogía de venganzas. Melodrama alla Douglas Sirk al comienzo, comedia adolescente más tarde, film de secuestro algo más adelante y película sanguinolenta en su última parte, desata el engranaje una chica que, necesitada de un transplante de riñón, no puede pagarlo. Ryu, su hermano sordomudo, intenta donar su propio riñón, pero encuentra que el grupo sanguíneo no es compatible con el de su hermana. Recurre entonces a unos traficantes de órganos, con la disparatada intención de venderles su riñón y comprarles, a cambio, uno que sí sea compatible.

A todo esto, a Ryu lo despiden del conglomerado industrial donde trabaja, como parte de una despiadada política de reducción de personal. En venganza, su novia, miembro de una organización llamada Asociación Anarquista Revolucionaria (de la que, según se comenta, sería la única integrante), le propone secuestrar a la hija del dueño de la fábrica (Song Kang-ho, genial protagonista de J.S.A., Memories of Murder y The Host) para pedir rescate y con la plata del rescate pagar el transplante. A esa altura va más o menos media hora de película y ése es el momento exacto en que todo empieza a irse al demonio. Ryu y su novia son unos secuestradores patéticos y cometen todos los errores posibles; cuando la hermana de Ryu se entera de lo que aquéllos hicieron toma una determinación brutal e inesperada; los traficantes de órganos dejan al muchacho en la estacada, lo cual lo llevará a cobrarse sangrienta venganza; Ryu y su novia cometen un trágico error, que mueve al empresario a una segunda y espantosa revancha. Finalmente, este ciclo de aniquilación dará una última torsión y se cerrará para siempre.

Es un folletín tal que hasta Rocambole habría reculado ante él. En la mejor tradición del cine coreano, Park Chan-wook echa mano de todos los géneros, tonos y registros posibles, combinándolos con el descaro y la elegancia de un gourmet oriental. Momentos de comedia naïf dan paso a intolerables tragedias personales; volúmenes de-saforados de absurdo conviven en el mismo plano con la más pura poesía visual; el gore ultrasangriento se ríe de sí mismo; la parodia deriva en gigantescas eclosiones emocionales. Un sistema tan audaz no puede funcionar todo el tiempo de modo perfectamente ajustado. Equilibrista brillante y osado, en más de un momento Park Chan-wook resbala y parece a punto de caer. Sobre todo cuando afloran dosis de dolor que el carácter lúdico de la película no parece en condiciones de contener. Pero claro, en la escena siguiente el equilibrista se repone del resbalón con su finta más asombrosa y deja otra vez estupefactos a los espectadores. Tan estupefactos que a la próxima película que filme algunos correrán a darle un premio, aunque tengan que cruzar el Atlántico para ello.

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