LITERATURA
Durante el viaje el dolor de cabeza es constante, y a ello contribuye un tipo que se llama Nikolai, contratado por la organización para mostrarme la belleza de un paisaje que yo mismo voy viendo y que, por cierto, conozco bien desde Tolstoi, Dostoievski y Chéjov, por lo menos. Estamos todavía en las afueras de Moscú, en un tren que nos lleva a San Petersburgo y yo empiezo a pensar cuál será el mejor modo de eliminar a Nikolai. Es la clase de persona que no para de hablar, subraya todo lo obvio e innecesario y se ríe cuando no corresponde, en fin, un plomazo al que maltraté ya un par de veces y pedí que mañana no se le ocurra aparecer antes del mediodía.
El sueño no es gran cosa, quizá porque es otoño y aún no hay nieve. Tampoco damas con perritos, jugadores compulsivos ni sirvientas atontadas, de manera que el sueño deriva lenta, pavorosamente hacia una mediocridad argumental que me avergüenza. Lo peor es que, al despertarme, siento una odiosa nostalgia de Moscú, país que sin embargo jamás he visitado.
* “Odiosa nostalgia de Moscú”, incluido en Soñario (Edhasa).
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