Lun 05.12.2005
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LITERATURA › OPINION

Roberto Bolaño en vivo

Alguna vez William Faulkner afirmó que el epitafio de todo escritor debía ser, invariablemente, el que sigue: Escribió libros y entonces se murió.
Cuesta nada creer que Roberto Bolaño hubiera apoyado semejante idea. Pero, se sabe, es una idea imposible de realizar: los narradores muertos no controlan las mareas de su posteridad y, enseguida, se escribe mucho sobre el que escribió. Y ya se escribe y se escribirá mucho más sobre Bolaño del mismo modo que se escribió y se sigue escribiendo sobre la vital lápida de Faulkner.
En este sentido, el Para Roberto Bolaño de Jorge Herralde llega con buenos propósitos y razones incuestionables: es sabido que autor y editor compartían amistad (se detecta en más de una novela o relato de Bolaño el guiño cómplice o el homenaje sentido), respeto mutuo (Herralde era la otra única persona, además de su mujer Carolina, a quien Bolaño enseñaba un manuscrito) y, de algún modo, trayectoria: porque está claro que el magistral chileno escogió y fue escogido por la prestigiosa editorial del catalán para consagrarse como, seguro, el nombre más poderoso y admirado de la reciente literatura en español.
Anagrama y Herralde eran, también, destino inevitable de las periódicas expediciones que Bolaño hacía a Barcelona. Así, el tren de cercanías que llegaba a Plaza Cataluña desde Blanes –salvo ocasional escala en la librería La Central o en la casa de algún amigo– conectaba directamente con el metro rumbo a la estación Sarriá y de ahí, escaleras arriba, hasta las oficinas de la editorial. Quien firma estas líneas lo acompañó en más de alguna de esas incursiones que se anunciaban como supuestamente relámpago pero que, luego de encerrarse en el despacho de Herralde para hablar vaya uno a saber de qué (hay que decir que, desde afuera, se oían constantes risas de uno y de otro), prolongaba hasta convertirlas en largas y eléctricas sesiones. Maratones de varias horas en las que Bolaño –finiquitados sus asuntos personales– se instalaba en uno de los escritorios y predicaba y predecía y condenaba y bendecía con voz agridulce y acento sinuoso arrancando carcajadas a Lali (mujer de Herralde, a cargo de sus traducciones), Teresa e Izaskun (responsables de edición y producción) y Ana (ya legendaria encargada de prensa de la editorial). De haber sido más previsores y sabios, todo eso debería haberse grabado a escondidas y disfrutarse ahora como el más legítimo de los materiales piratas. A falta de semejantes tesoros complementarios a la obra, Para Roberto Bolaño, por suerte, no pretende ser un souvenir necrológico o una versión autorizada del ya poderoso mito que rodea al detective salvaje. Su principal utilidad, me parece, es la de funcionar no como puerta de salida sino como breve y objetiva pero intensa introducción/atajo conduciendo directamente a libros cada vez más inmensos y que no dejan de crecer con cada lector que conquistan.
Cabe pensar que Para Roberto Bolaño –una, como dicen los ingleses, labour of love– le hubiera gustado a Roberto Bolaño; aunque nunca lo hubiera admitido, porque huía de homenajes y le gustaba dejar plantados a quienes lo homenajeaban. Cabe pensar también que –aunque no sigue sus instrucciones exactas; pero sí es exacto en sus resultados– Para Roberto Bolaño no le parecería a William Faulkner fuera de lugar y de tiempo: la obra y la vida de alguien que entonces se murió. Pero antes escribió libros. Y están vivos.

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