FERNANDO MORALES GRABó UN CD CON CANCIONES DE ATAHUALPA
› Por Cristian Vitale
“Si hago dos cuadras en bicicleta me canso, prefiero hacer mil a caballo.” Gesta romántica la del joven guitarrero. El 25 de enero, seis días antes de que Atahualpa Yupanqui cumpliera cien años, Fernando Morales entraba triunfal al Cerro Colorado. No había ido como Jairo, en avión y rodeado de productores, sino –casi– solo y galopando. Tres caballos, una camioneta “al trote” con bolsas de papa, avena y bebidas, 800 kilómetros y 45 días de viaje. Fue, dado el ascetismo yupanquiano, un homenaje a la altura de las circunstancias. “Duró porque a cada pueblo que llegaba, paraba y hablaba con las autoridades para que organicen un recital”, cuenta él. Entonces, la municipalidad –por chica que fuera– disponía de un móvil con ruedas y altoparlantes para anunciar sus intenciones de difundir la obra de ese tal Roberto Chavero. “Toqué en salas lujosas, pero también en andenes, plazas y escuelas. Viví situaciones increíbles: ranchitos humildes en los que la gente te brinda todo, si había tres platos y éramos cuatro, uno de la familia esperaba a un costado hasta que vos terminases de comer”, sigue. El punto de partida había sido un páramo cercano a su casa: Campo de la Cruz, esa encrucijada de caminos de tierra donde nació Atahualpa, y Morales grabó su disco debut, semanas antes de la travesía a caballo. Folklore, kilómetro 0.
“Los pájaros que se escuchan en el disco no son de computadora, son reales. Están tomados dentro del monte. Fuimos, montamos un pequeño estudio de grabación y grabamos con sonido ambiente. También llevamos cámaras, porque la idea es editar un DVD con imágenes del lugar. La casa donde nació no está más, la demolieron y sólo quedan escombros, pero sí la de Peña, frente a la estación del ferrocarril donde trabajó su padre, Demetrio”, señala el hombre, como un baqueano más. Morales, de 27 años, no es sólo un músico: ordeña, esquila, insemina, clasifica hacienda y conoce algo de veterinaria. Un peón de campo que toca la guitarra. “Me dedico más a la parte ganadera que a la agrícola. Yupanqui contó mucho de tocar la guitarra entre el paisanaje, que no es lo mismo que tocar en un teatro. Se toca, y mucho, entre los peones cuando la faena termina. En sus canciones, él habla del rigor del trabajo en el campo, y yo puedo decir que es cierto, porque lo compruebo día a día: madrugar, ensillar, el lazo que te quema las manos, la lluvia, el olorcito del rocío... no me cuesta entenderlo. Es mi guía”, dice. La anterior travesía de éste peón de campo devenido guitarrero fue en 1991. Tenía 11 años y, guiado por el cantautor Víctor Velásquez, unió a caballo Pergamino con Cosquín. Aquella vez, fue en homenaje a Jorge Cafrune.
Campo de la Cruz –también el nombre del disco– es un mojón más en el Año Yupanquiano. Otra mirada. Trece versiones instrumentales (algunas muy bellas de “Melodía del adiós”, “Viene clareando” o el preludio número 2 de la “Danza de la paloma emplumada”), dignas para colorear una mateada al atardecer o acompañar lecturas al tono: En nombre del folklore, la biografía encarada por Sergio Pujol (ver aparte) o Este largo camino, las memorias que rescató el periodista Víctor Pintos, también productor del disco. “Es cierto que en los aniversarios resurgen actividades y productos, pero este es un trabajo que vengo haciendo desde años. Yupanqui va a ser Yupanqui dentro de diez, veinte o cien años. ‘Luna Tucumana’, creo, va a ser anónima como deseaba él. Ha dejado material para analizar por muchos años.” El guitarrista presentó Campo de la Cruz en varios lugares de Buenos Aires y la próxima cita será el domingo 7 de diciembre en la Feria de Mataderos.
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