MUSICA
Pianista, compositor y arreglador, Emilio de la Peña ha sabido cultivar un estilo pianístico propio y absolutamente singular. A los 14 años comenzó sus estudios de piano y al año siguiente ya estaba conociendo templos del tango como el Bar Marzzoto o el EbroBar desde las filas de una orquesta típica. Desde los años ’50 hasta los ’70 se dedicó a componer temas de tango y folklore. Por ese entonces comenzó a estudiar armonía y composición con el maestro Juan Carlos Cirigliano, que en ese momento era pianista de Astor Piazzolla. En los ’80 conoció a Manolo Juárez y ese encuentro marcó su carrera musical: Juárez fue el “descubridor” de la proyección que alcanzó De la Peña años después. Y también quien lo relacionó con el poeta Hamlet Lima Quintana, con quien terminó componiendo varios tangos y zambas y hasta ofreciendo espectáculos en conjunto. Hubo otros cruces fructíferos: con Gustavo “Cuchi” Leguizamón u Horacio Salgán, o Eduardo Lagos o Mono Villegas, por ejemplo. Entre sus obras más conocidas figuran títulos como “Virgilio está de gira”, “Réquiem para los que viven”, “Demos vuelta la historia” o “La vieja ausencia”, junto a Lima Quintana. Además de alternar su oficio musical con su pasión inventora de “giro sin tornillos”, ha tenido tiempo para ejercer la docencia, pasando sus conocimientos también con estilo propio. En sus clases, además de tocar temas como “Disonancias”, “Modulación” o “Armonía continua”, agrega materias como “Escuchar mucho y bueno”. Y finaliza el programa de enseñanza con una advertencia para los alumnos: “No olvidar que la música se divide en géneros, pero se une en un solo punto: la calidad”.
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