CINE › UN FILM QUE NO AHORRA EN ELIPSIS NARRATIVAS
Lorna es una inmigrante albanesa enfrentada a una oferta criminal que puede ser su puerta de entrada al supuesto paraíso europeo: desde allí, los hermanos Dardenne construyen un film exigente, en el que nada está servido en bandeja.
Una persona enfrenta una decisión que puede traer para otros las más graves consecuencias. Esa es la médula del cine de los hermanos Dardenne y vuelve a serlo en El silencio de Lorna, la película que les valió la Palma al Mejor Guión, en la edición 2008 del Festival de Cannes. En La promesa, un adolescente debía optar entre ser fiel al padre o a un inmigrante al que aquél explotaba. En El hijo, un hombre debía decidir si hacer o no justicia por mano propia, al cruzarse con el responsable de la muerte de su hijo. En El niño, el egoísmo de un padre demasiado temprano ponía en peligro la vida de su bebé. Ahora, una inmigrante albanesa llamada Lorna acepta participar de un crimen que le permitirá acceder al paraíso europeo, previo al estallido de la burbuja financiera. Una vez más el cuento moral se hace material, al inscribirse en las condiciones de sobrevivencia más concretas que puedan imaginarse. Pero esta vez hay una diferencia y radica en el estilo, que trueca la extrema proximidad por la distancia, la intensidad física por la intensa observación. El resultado son unos Dardenne más quirúrgicos que viscerales, pero cuyo efecto sobre el espectador sigue pareciéndose al de una gigantesca campana de resonancia.
En su huida de toda explicitación, los Dardenne siempre usaron las elipsis narrativas como líneas de puntos que el espectador debe rellenar, para armar el cuadro completo. Esto era particularmente notorio en El hijo, donde las cosas se descubrían sólo a medida que sucedían, e incluso después. En El silencio de Lorna este tratamiento de la elipsis alcanza su grado extremo, obligando, sobre todo en la primera parte, a reconstruir la historia entera a partir de indicios mínimos, detalles casi imperceptibles, referencias al paso. Por el modo en que pronuncia el francés puede entreverse que la protagonista (la actriz kosovar Arta Dobroshi) es extranjera. Recién en el momento de preparar la cama para dormir, cuando le pasa a Claudy (Jérémie Renier, actor fetiche de los hermanos) un colchón de gomaespuma, se sospecha que aunque Lorna y él viven juntos, no deben ser pareja. O tal vez lo sean y están peleados: como sucede en algunos idiomas, aquí el sentido de las “palabras” (los hechos, los planos) no se define por sí solo, sino en función del contexto.
Habrá que esperar unas escenas para comprender el pedido de Claudy a Lorna de dejarlo encerrado en la casa y llevarse la llave. De ahí en más, los reiterados llamados que ella hace desde un locutorio, los encuentros con un taxista y las referencias a un matrimonio de conveniencia, a la carta de ciudadanía y a un crimen por sobredosis permitirán ir armando la historia. Para no hablar de cierta gigantesca elipsis central, equivalente, en palabras de los propios Dardenne, a “cavar un pozo en el medio de la película”. La existencia de una conspiración criminal, sumada al carácter proliferatorio de las elipsis, da por resultado que El silencio de Lorna se desarrolle como en la habitación de al lado de un policial. Sólo apoyando la oreja sobre la pared (aguzando el ojo, el oído) lo que sucede en este cuarto se convierte en tal por el eco que viene del otro lado. Como modo de obtener la ciudadanía europea, Lorna accedió a un casamiento por conveniencia con Claudy, muchacho belga. Claudy es heroinómano, y el plan del que la chica participa incluye su muerte, por inducción de sobredosis.
Pero la cosa no termina ahí, apenas empieza. Una vez que haya enviudado, Lorna deberá casarse con un mafioso ruso, para que sea ahora éste el que consiga la ciudadanía. Qué pasará con la chica una vez que eso haya sucedido es sólo una de las preguntas que el espectador se hará durante el recorrido. Claro que a las de orden práctico, propias del policial –género que El silencio de Lorna contornea desde el más estricto realismo– se les superpondrán las de carácter ético, vinculadas con el modo en que la protagonista lleve la posible muerte del hombre al que ha aceptado manipular. Si a alguien la idea del doble matrimonio arreglado le suena rocambolesca, será oportuno recordar que los Dardenne la tomaron de la realidad (ver entrevista).
Queda la cuestión del estilo, cuya brusca mudanza llamará seguramente la atención de quienes estén más o menos familiarizados con el cine de los hermanos. Rompiendo con lo que amenazaba convertirse en esclavitud estilística, los realizadores aquietan aquí su cámara, la fijan y observan a distancia, en lugar de compartir, pegado a él, el destino de su agonista. El crítico debería explicar motivos y consecuencias de este cambio rotundo. Pero como los Dardenne lo hacen de modo inmejorable, será más conveniente leerlo en la entrevista de aquí al lado.
8-EL SILENCIO DE LORNA
Le silence de Lorna, Bélgica/
Francia/Italia/Alemania, 2008.
Dirección y guión: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne.
Fotografía: Alain Marcoen.
Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj y Olivier Gourmet.
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