OPINIóN
› Por Daniel Riera *
Tengo buena relación con los ventrílocuos del Civear desde que les dediqué un capítulo de mi libro Buenos Aires bizarro. Por eso me invitaron a su cena anual. El 29 de diciembre pasado, durante la cena, sortearon un muñeco. Salió el 30. Yo tenía el 30. Desde entonces, mi casa tiene un habitante más. Lo llamé Oliverio, en homenaje a Girondo, mi poeta favorito. Decidí dedicarle un año. Formamos una dupla: Paco y Oliverio. Mi nombre artístico es Paco, en homenaje a Paco Urondo, mi otro poeta favorito. El Proyecto Oliverio está en marcha: estoy aprendiendo ventriloquía con Miguel Angel Lembo, el director del Civear, para contar por escrito la vida de los ventrílocuos argentinos y para contar, también, qué se siente cuando uno es ventrílocuo. En eso estoy.
Ya le compré a Oliverio una valija roja con rueditas y le tomé un cariño que a los no ventrílocuos puede parecerles sinónimo de enajenación. Jesús de la Cruz Rivera, la artista que lo creó, en su taller de Florencio Varela, me contó que la noche que me lo gané me espiaba desde otra mesa y que me vio acariciarle el cabello como si fuera mi hijo. Jesús creó a Oliverio a imagen y semejanza de un personaje de la telenovela “La esclava”, sólo que prefirió hacerlo mulato y no negro, para que no se pareciera a otro muñeco que ella conocía. Ya lo llevé al Uruguay en Semana Santa: estuvimos ensayando en Santa Ana nuestra primera rutina. Progreso rápidamente porque Lembo es capaz de hacer hablar a las piedras, incluso a las piedras duras como yo. Lembo es muy amable conmigo, aunque su pájaro asistente Cucurucho me tiene poca paciencia: en una de sus clases, me gritó “Respire bien, carajo”.
* Periodista y ventrílocuo.
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