Con contadísimas excepciones como el grupo que integra Carta Abierta y artistas como Leonardo Favio o Daniel Santoro, ¿por qué en general lo que se podría llamar “la gente de la cultura” no suele ser muy amistosa ni amable con el peronismo?

–El primer peronismo tuvo los mejores exponentes históricos de la cultura como Arturo Jauretche, Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Leopoldo Marechal, Scalabrini Ortiz, Hugo del Carril, Nelly Omar, pero al mismo tiempo el peronismo albergó fuerzas diversas. El peronismo no ha tenido una valoración adecuada de su potencial cultural. Una periodista en un programa de televisión me preguntaba si no teníamos que imitar a Sarkozy, que siendo de centroderecha convoca a referentes culturales progresistas. El peronismo no viene haciendo otra cosa. En los últimos años no ha habido secretarios de Cultura peronistas, pienso en Torcuato Di Tella o en Nun; diría que un peronista en Cultura es una excepcionalidad más que una norma. Para muchos intelectuales argentinos el alimento no es la mirada de la gente sino las de algunos analistas y medios de comunicación. Tal vez esta cuestión esté sintetizada perfectamente en la vida de Borges, que pasó de prologar el poema “Paso de los libres”, de Jauretche, a ser un antiperonista furioso. Esto habla del desencuentro con la existencia de un proyecto de país. Hay en la Argentina una tradición cuya expresión más benévola y amable es el conflicto Boedo-Florida. Y yo creo que toda nuestra cultura está atravesada por esta polémica. Por ejemplo, cuando se habla de Nuevo Cine Argentino, también allí hay un Boedo-Florida. Porque no es lo mismo el cine que hace un cineasta como Pablo Trapero, con los pies en el barro, que lo que hacen otros excelentes directores que cuentan historias de chicos de clase media alta en un country de las afueras de Buenos Aires. No hay duda de que esa cisura sigue atravesando todos nuestros debates culturales.