CINE
Como sucedía con sus películas anteriores, en Bastardos sin gloria usted toma un género cinematográfico establecido y lo tuerce, lo deforma, hasta que termina resultando otra cosa.
–Los clichés de las películas de guerra siempre me parecieron una boludez, nunca me los creí. Así que tenía claro que tenía que ir por otro lado. El guardia al que estrangulan, le sacan el uniforme y se lo ponen... ¡y les queda justo! Naaa, todo eso no... En lo que me parece distinta Bastardos sin gloria a mis películas anteriores es que ésta es, finalmente, una película “de trama”. Todo se encamina hacia un momento culminante, mientras que en las anteriores el momento culminante quedaba fuera de campo, como en Perros de la calle, o eran todos momentos culminantes, como en la primera parte de Kill Bill. O no había ninguno, como en la segunda parte. Acá ese acontecimiento tarda un montón en presentarse, doy muchas vueltas, me distraigo con otras cosas. Pero una vez que se presenta, la cosa va toda hacia allí. En ese sentido, Bastardos... es fiel a sus fuentes: hay una misión, y la misión se cumple. Igual que la de Castellari, o Doce del patíbulo. Sólo que la misión tarda más en aparecer.
–A diferencia de sus escenas de diálogo más famosas, acá los dos diálogos más largos son escenas de suspenso, en las que la charla funciona como dilación de lo que el espectador teme que va a pasar.
–Me acuerdo de que un crítico dijo alguna vez que yo era demasiado afecto a las minucias como para poder ser, alguna vez, un maestro del suspenso. Así que acá traté de emplear una técnica de suspenso que funciona como una banda elástica: se estira y se estira, y la cuestión es ver hasta dónde llega sin romperse. Pero todos sabemos que en un punto va a romperse.
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