CINE › JAMES GRAY Y EL CAMBIO DE REGISTRO EN LOS AMANTES, SU NUEVA PELíCULA
El director estadounidense explica por qué abandonó las mafias y el derramamiento de sangre por un ensayo sobre los lazos sanguíneos. Pero no encuentra explicación al hecho de que, tras años de ser admirado en Europa, al fin su país lo haya descubierto.
› Por Jeff Goldsmith
La carrera de James Gray siguió, hasta ahora, una trayectoria imprevisible. Nacido en Queens, Nueva York, en 1969, a mediados de la década pasada su temprano debut lo convirtió en el nuevo wonder boy del cine estadounidense. Pero sólo a los ojos de la crítica europea. La francesa, sobre todo. Ninguneado en casa, Gray se convirtió, a la fuerza, en un cineasta de esos que filman muy cada tanto: seis años pasaron entre Cuestión de sangre (Little Odessa, 1994) y La traición (The Yards, 2000), siete más entre ésta y Los dueños de la calle (We Own the Night, 2007). A partir de Los dueños de la calle, sin embargo, su carrera cobró velocidad, presentando Los amantes al año siguiente, en la competencia oficial de Cannes, y con nuevo proyecto en carpeta para el año próximo. Que su próxima película (The Lost City of Z) esté producida y protagonizada por Brad Pitt parece indicar que, tres lustros después de su debut, este descendiente de inmigrantes griegos es aceptado finalmente por Hollywood. ¿Será bueno eso?
Por más que los abrazos de la industria suelan ser como los de los osos, en este caso no parece haber lugar para agorerías. Su carrera hasta el momento permite imaginar para Gray un futuro más en línea con el de un Paul Thomas Anderson, que sigue filmando lo que quiere (Magnolia, Embriagado de amor, Petróleo sangriento), que con la mayoría de sus colegas, que filman lo que Hollywood quiere. A la crítica francesa no le costó reconocer de entrada en él a un autor de films, con marcas de estilo y un universo definidos. León de Plata a la Mejor Dirección en Venecia 1994, Cuestión de sangre (única de sus películas jamás estrenada en Argentina, salió directo a video pero no se consigue en DVD) desplegaba ya esas marcas, con una firmeza y clasicismo que no parecían corresponder a un cineasta de sólo 24 años. Etnias, mafias, crímenes y clanes fueron, hasta ahora, caldo de cultivo de sus historias, como si Gray quisiera adoptar a los Coppola y Scorsese de los ’70 como tíos lejanos.
Protagonizada una vez más por el icónico Joaquin Phoenix (presente en La traición y Los dueños de la calle, y tras haber atravesado lo que muchos no dudan en definir como brote psicótico), Los amantes muestra a Gray liberándose de tiros y gangsters y profundizando el vuelco intimista que Los dueños de la calle ya anunciaba. Opus 4 de su autor, Los amantes vuelve a tener por protagonista a una familia de origen ruso y transcurre una vez más en el barrio neoyorquino de Brighton Beach. Tampoco es novedad el tironeo de los lazos familiares, representado esta vez por Isabella Rossellini como idische mame. En la entrevista que sigue, James Gray detalla cuánto hay de Dostoievski en todo esto, qué lo hace volver una y otra vez a Brighton Beach y a esas familias que parecen de tragedia griega, como qué fue que lo decidió a pasar de la sangre derramada a los lazos de sangre y qué piensa de los críticos de su país y los del otro lado del Atlántico.
–¿Hasta qué punto puede decirse que Los amantes sea una adaptación de Dostoievski?
–Prefiero decir que está “inspirada” en la obra de Dostoievski. Leonard, el protagonista, es un personaje dostoievskiano. Tenga en cuenta que los personajes de Dostoievski son sumamente disfuncionales. Son asesinos, torturados, jugadores compulsivos, o lisa y llanamente idiotas. Si usted los pone en una película contemporánea, seguro que terminan medicados y hospitalizados. Lo que hice fue tomar su mundo interno y ponerlo en otro contexto. Es como haber cruzado Las noches blancas con Insólito destino, de Lina Wertmuller, y todo eso con una película mía. Tampoco es que sea algo nuevo: Taxi Driver era Dostoievski en Nueva York. Travis Bickle era una suma de Raskolnikov y El hombre del subsuelo. Esto no es un invento mío. Paul Schrader, guionista de Taxi Driver, siempre reconoció explícitamente que eso fue lo que hizo.
–Sobre cuatro películas realizadas hasta el momento, esta es la tercera que transcurre en Brighton Beach. ¿Por qué?
–Por un lado, Brighton Beach es un barrio tan feo que es hermoso (risas). Por otro, tiene mar, y el mar es muy fotogénico. Brighton Beach no es el barrio donde nací, pero se le parece mucho. Espero haberlo filmado con la suficiente distancia como para que luzca bien. Pero no tanta como para que deje de ser personal.
–También vuelve aquí al tema de los lazos familiares, eje de todas sus películas. ¿Qué lo lleva a volver una y otra vez sobre eso?
–Habría que preguntárselo a mi psicólogo... A ver... Lo que me atrae de las familias es su capacidad de contención emocional, que va de la mano de un enorme potencial de destrucción. Yo soy producto de eso. Desde el momento en que decidí dedicarme al cine mi padre jamás dejó de desalentarme. “Ni lo intentes”, me decía. “No somos ricos, no tenemos conexiones, no conocemos a nadie en Hollywood. No lo vas a lograr.” Y acá estoy. El lo decía con la mejor intención, porque quería lo mejor para mí y estaba convencido de que no era eso. Pero estaba equivocado. Imagínese lo que hubiera sido de mí si le hubiera hecho caso. En todas las familias hay historias como ésa.
–¿Considera autobiográficas sus películas?
–En parte sí. Pero no del todo. No es que Joaquin Phoenix “haga de mí”. Sin embargo, ninguno de sus personajes carece de cosas mías. Nunca me sentí un marginal, como suelen serlo mis protagonistas. De adolescente era más bien el payasito de la clase. Pero con las chicas nunca me resultó fácil, en eso coincidimos.
–Es curioso lo que dice, ya que en sus películas los personajes femeninos tienen peso propio. En el caso de Los amantes, eso es muy notorio con el personaje de Gwyneth Paltrow.
–Qué bueno que lo diga. Puedo asegurarle que para un hombre no es fácil escribir personajes femeninos. Hay que trabajar duro para darles la misma profundidad y complejidad que los personajes masculinos. En cuanto al personaje de Gwyneth, francamente me siento más en sintonía con ella que con el de Willie.
–¿Qué lo hizo pasar del formato de película familiar de gangsters, en el que se manejó hasta ahora, para abordar el drama romántico?
–Estaba un poco cansado de las reglas de género, que siempre hay que tener en cuenta, sea para respetarlas o para violarlas. En Los amantes no me tuve que preocupar por montar escenas de acción o de tiros, y eso me dio una gran libertad.
–Es bastante raro oírlo decir eso, teniendo en cuenta que algunas escenas de acción de sus películas anteriores (la persecución automovilística de Los dueños de la calle, sin ir más lejos) están entre las mejores que el género haya dado en mucho tiempo.
–¡Usted no sabe lo aburrido que fue filmar esa escena! Primero un primer plano de Joaquin, después un plano detalle de una rueda de auto, otro primer plano de Joaquin... puf. Son un montón de pedazos juntados, no hay manera de no aburrirse haciendo eso.
–La crítica estadounidense recibió a Los amantes mejor que a sus películas anteriores. ¿A qué lo atribuye?
–La verdad, no tengo la menor idea. Estoy demasiado cerca de lo que hago como para tener la distancia que me permita dilucidar qué es lo que les gusta a los demás, y por qué. Yo no hago películas apuntando a un determinado público o buscando provocar determinadas reacciones, así que cuando las termino no tengo la menor idea de cómo van a ser recibidas. Lo único que sé es qué es lo que yo quiero lograr con la película, y en este caso estoy bastante satisfecho con lo que quedó.
–¿A qué atribuye la apreciación que la crítica francesa siempre tuvo por su obra?
–Tampoco sé decirle con certeza... Tal vez se requiera de cierta distancia cultural para apreciarlas... Pero esto suena pretencioso. No sé... No es la primera vez que sucede. Realizadores como Nicholas Ray o Sam Fuller, o más tarde Jerry Lewis y Clint Eastwood, siempre fueron más y mejor apreciados en Francia. Tampoco pretendo decir que mis compatriotas sean estúpidos, hay casos en los que funciona al revés. Fellini fue apreciado antes en Estados Unidos que en Italia. Los japoneses despreciaban a Kurosawa, le achacaban filmar para Occidente. Tampoco es que me quiera comparar con todos ellos. Son sólo ejemplos, que demuestran que a veces es difícil juzgar lo que se tiene más cerca. También puede ser que la crítica de mi país tenga razón y que yo sea un desastre, por qué no...
Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.
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