No estamos proponiendo hablar en quechua ni volver a vestir chiripás y botas de potro, sino traducir lo que nos rodea. Entre nosotros conviven otras miradas que no deforman el espejo. (...) En verdad, nadie inventa nada, todos formamos parte de una sucesión de recreaciones. Sin embargo es fundamental el signo. Nuestra Palabra. Nuestra marca Argentina. ¿Acaso Julio Cortázar no vivía en París y escribía desde adentro de todos nosotros?

¿Por qué no es así en el teatro? ¿Y por qué centrarnos en el teatro? Porque “el teatro” es una ancestral ceremonia colectiva, integradora, un evento político cuerpo a cuerpo, donde la conexión energética transporta esencias y sudores de ida y vuelta. Se nutre de condimentos concretos, no sólo de conceptos abstractos. Nos mezcla transformándonos en un todo nuevo mientras nos incluye. Es por esta razón que el poder de los amantes de la cultura representativa de la “civilización” contra la “barbarie” nos induce al control de la natalidad de aquellas obras que pudieran amalgamarnos, apoyando abiertamente el aborto de la producción nacional. Franceses, españoles, estadounidenses, rusos, griegos, israelíes, cubanos, ingleses, etcétera, son fuertemente nacionalistas. Y nadie se alarma por ello. Y lo bien que hacen. De mantener identidades, de construir independencia cultural se trata la cultura.

Fragmento del artículo “Atención primaria en la cultura”, de Roberto Ibáñez.