UNA VERSIóN CON EL PESO DE LOS GRANDES HéROES
› Por Horacio Bernades
Antes de leyenda, Robin fue historia. A comienzos del siglo XIII, conduciendo prácticamente por su cuenta a las huestes del inexperto y pusilánime Juan Sin Tierra, Robin Longstride –tal su verdadero nombre– terminó expulsando de las orgullosas costas de Albión a los malditos franceses. De no haber sido por él, hoy en día en Trafalgar Square se comería omelette en lugar del clásico fish & chips. Así, en carácter de national hero y pesadilla gala, presenta al hombre de las calzas verdes este nuevo biopic, que termina justo antes de que Robin se interne en los bosques para convertirse en mito. ¿Habrá segunda parte para esta enésima versión de Robin Hood? La taquilla lo dirá a partir de mañana, cuando la superproducción dirigida por Sir Ridley Scott se estrene en Estados Unidos.
Aunque en términos de época y circunstancia entronque con Cruzada (de combatir a los infieles en Tierra Santa vuelve el héroe, al comienzo de la película), si en algún molde previo parece forjada Robin Hood es en el de Gladiador. Como en aquélla, Russell Crowe interpreta aquí a un musculoso hombre del común –el hijo de un mampostero, como no dejan de recordarle los que no lo quieren– cuyo coraje y nobleza indisputables lo elevan a héroe de los suyos. Ya en una de las escenas iniciales, cantarle cuatro frescas a Ricardo Corazón de León (Danny Huston) le cuesta a Robin el potro de tortura. En esa escena el humilde arquero se comporta como héroe contemporáneo, reprochándole al monarca haber maltratado a una pobre señora musulmana allá en Irak. Perdón, en Palestina.
Con guión de Brian Helgeland (el mismo de Los Angeles al desnudo, Río Místico y Hombre en llamas), el Robin de Russell Crowe ratificará más tarde su condición de héroe, rescatando a su dama, Marion Loxley (una morocha Cate Blanchett) de las garras del traidor de Godfrey, espía británico al servicio de los fucking frenchies (Mark Strong, que venía de ser también el villano de Sherlock Holmes). Más héroe todavía, cuando mande de vuelta a Francia a la flota entera del rey Felipe, tras haber gestionado, junto al caballero William Marshal (William Hurt), la unión de los divididos terratenientes ingleses frente al enemigo galo. “Ni cuando están en medio de una guerra civil podemos vencerlos”, se queja amargamente un oficial enemigo, y da la sensación de que en cualquier momento va a sonar “We are the champions” en la banda de sonido.
Pero además Robin se adelanta varios siglos a la defensa de las libertades civiles, completando la tarea inconclusa del padre y poniéndose al frente del reclamo de democracia, que las fuerzas vivas de la isla elevan al poco confiable Juan Sin Tierra. Con un héroe tan intachablemente virtuoso, la Robin Hood de Ridley Scott no podía ser otra cosa que machacona: un largo pleonasmo de dos horas veinte. Tan monolítica como Gladiador, tan ceñuda como lo es el propio Crowe, bastaría con comparar el peso de esta Robin Hood con la levedad casi inmaterial de la más clásica de sus hermanas cinematográficas (la versión de los ’30, con Errol Flynn saltando alegremente entre sonrisas) para obtener una radiografía certera de los cambios de sentido producidos en el seno de la industria del entretenimiento, desde las primeras décadas del siglo pasado hasta hoy.
5-ROBIN HOOD
EE.UU./Gran Bretaña, 2010.
Dirección: Ridley Scott.
Guión: Brian Helgeland.
Fotografía: John Mathieson.
Intérpretes: Russell Crowe, Cate Blanchett, Mark Strong, William Hurt, Max von Sydow, Oscar Isaac, Danny Huston y Mark Addy.
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