Mar 01.06.2010
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MUSICA › FRAGMENTO DE UNA ENTREVISTA

De Pichuco a Homero

En una entrevista de este diario, Juárez repasaba algunos de sus universos fundantes: el tango, claro, pero también su hija Lucía, Troilo, Caño 14, Homero, su refugio en Córdoba, su intento de llevar “una vida más tranquila”.

–¿Cómo está planteado el homenaje a Troilo, su padrino?

–Lo recordamos como lo que fue: un vanguardista. El primer vanguardista del tango se llama Aníbal Troilo, junto con Julio De Caro y Alfredo Gobbi. Después viene Astor. Y yo lo imito un poquito, con esa manera de hablar tan graciosa que tenía. El usaba esas palabras... “vio qué imponente este grupo... qué atrevido me resulta”. O: “Sáquese la camisa afuera, pero sea elegante”; “no use corbata si no la va a usar”. Porque a él, que siempre fue tan elegante, no le gustaban las corbatas desprendidas. Cuando empecé a actuar me llevó a su sastre y a su camisero, fue su regalo. Tuve la suerte de compartir cuatro años con él en Caño 14: con las cosas que aprendí ahí, ya estoy mucho más allá de muchos. Aprendí de la música pero también de los personajes, los habitantes del tango. Porque cada palabra del Gordo yo la capitalizaba.

–¿Por ejemplo?

–Yo estaba muy loco de jovencito, yo era esta guerrera (señala a su hija, Lucía). Estaba desesperado por cantar y le preguntaba al Gordo: “Y, ¿cómo ando?”. “Todavía te falta un poco de pescante”, me decía (lo imita). El pescante es el escalón que hay antes del asiento en el carro. ¡Me estaba diciendo que me faltaba calle! En Caño 14 me armé un camarín en un lugar donde guardaban el botellerío y todo lo que no servía, un nido de lauchas. Lo dejé alfombrado, con calefacción, ventilación, con mi sofá, mi atril, mis partituras, todo. El Gordo venía y ahí se tomaba unos traguitos conmigo, eran los momentos nuestros. Una vez me dijo: “Te quiero tanto, sos como el hijo que me hubiera gustado tener”. Me mató.

–Usted también carga con la leyenda del hombre de los bares, el que para cuidarse se fue a Córdoba.

–Sí, en Carlos Paz me salvé. ¿Sabe qué pasa? El sueño del pibe de cualquier artista es tener tu boliche propio... hasta que lo tenés. De hecho, ahora lo estamos vendiendo (se refiere al mítico Café Homero, aquel en el que brilló Goyeneche). Ojo que ahí también pasé muchas cosas buenas, en lugar de ir a un psicólogo tenía mi recalada con amigos. Era el lugar para hacer lo que no se puede hacer públicamente: jugar al truco hasta la madrugada, no molestar a nadie, no hacer papelones... Pero te corta salud, y te corta la carrera. Así que, sin intentar recuperar el tiempo perdido –que no fue perdido–, estoy haciendo una vida más tranquila. Y trabajando mucho.

–Pero no se lo ve muy tranquilo...

–¡Es que ahora me agarró vencido!! (risas).

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