OPINION
› Por ADRIAN PAENZA
Estábamos juntos transmitiendo un partido en Napoli. No sé qué año era, pero sí sé que fuimos a cubrir el primer partido de Diego en Italia. Imaginen un estadio no sólo repleto de hinchas que venían a ver un jugador. Repleto de personas a quienes se les prometía que verían a Dios. Esa era la pasión que despertaba Diego. Dios. Y con razón.
Dentro del estadio San Paolo, en un pequeño lugar en el medio de la platea, nos acomodamos como pudimos Víctor Hugo, Ricardo Jurado (uno de los mejores locutores argentinos de la historia) y yo. Creo que la transmisión era para Radio Argentina, pero no me crean demasiado.
Víctor Hugo relataba. Yo, supuestamente, comentaba. Pero hubo un momento del partido en que, a pesar de Diego y toda su magia, lo que pasaba a mi lado empezó a ser demasiado fuerte. Ya no pude evitar la tentación: mirar a mi costado y abandonar lo que sucedía “allá abajo” con el partido.
Víctor Hugo era más grande que el espectáculo mismo. Necesitaba mirarlo a él. Necesitaba aprovechar el privilegio de tener al lado a un hombre que imaginaba cosas que pasaban pero que yo no veía. Parecía que leía. En alguna parte debería estar escrito todo lo que decía, porque no era posible que un ser humano normal pudiera hablar a esa velocidad, con esa dicción, con ese vocabulario y dibujando una poesía en cada frase. Estaba contemplando en vivo cómo despegaría para siempre la carrera del mejor relator que tuvo la historia. Y más allá de lo que sucediera con el debut de Maradona, yo no me lo quería perder.
Pero encasillar a Víctor Hugo como relator es ser decididamente injusto. VHM es relator, claro. Pero en realidad, es un constante narrador de historias. De historias que describen una realidad que él ve como ninguno. Y las cuenta apasionado como si él fuera quien las está viviendo, con esa sensibilidad que le permite detectar siempre dónde está el camino correcto.
Víctor Hugo camina por el mundo comprometiendo su opinión todo el tiempo. El mismo grito lleno de poesía que celebra al “barrilete cósmico” del Mundial ’86, se transforma en desgarrador y tenaz cuando defiende a los derechos humanos. Víctor Hugo libra una batalla desde siempre contra la desigualdad y la injusticia social, y en el día a día aporta con su trabajo (y su dinero) para colaborar con los que no tienen. Todos sus comentarios o artículos contienen al menos una idea. Siempre hay algo para pensar. Dueño de una lógica implacable, de una voracidad por hacerse mejor persona y por generar lo mismo a su alrededor. Víctor Hugo es un amigo solidario independiente del espesor de la coyuntura, gruesa o fina. Caminó en un lugar plagado de minas que le pusieron todos los dueños del poder en la Argentina, los del fútbol y los que no, aunque en alguna parte son los mismos. Lo quisieron doblar y casi lo rompen, pero no pudieron. En 2002 lo echaron de la radio (Continental) que hoy no existiría como tal si no fuera por él. Pero claro, a los “cinco minutos”, después de la conmovedora y demoledora reacción de la gente, tuvieron que echar a quien lo echó y reponerlo en un lugar que ocupará mientras quiera. Culto, divertido, educado, pudoroso, incapaz de decir palabras de doble sentido por radio o por TV, generoso, tímido (sí, tímido como el que más), incapaz de codearse con lo que suponga poder y/o fama, poeta, tanguero, solidario hasta las lágrimas y mucho más: Víctor Hugo es el mejor.
Es el momento de celebrar. Es el momento de decir que su llegada a la Argentina nos hizo mejores a todos, aunque todavía no tuvimos tiempo de darnos cuenta.
Nene, salud. ¡Felices 25! Es mi orgullo ser tu amigo. Es un lujo para el país que vivas en él. Gracias.
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