MUSICA › OPINION
Su mesiánica majestad
› Por Rodrigo Fresán
UNO Tiene su gracia –o tal vez sea señal inequívoca de que los sellos del Apocalipsis comienzan a abrirse– que en menos de una semana los porteños tengan acceso a los Rolling Stones y a U2. Los chicos malos y los chicos buenos. El Yin y el Yang. El infierno y los cielos. Los ateos pecadores y los fieles católicos. Los transgresores que ya llevan más de cuatro décadas sacando esa lengua y que no tienen problema alguno en autocensurarse para poder hacer lo suyo a la hora de la Super Bowl; y los justicieros superando el cuarto de siglo y ahora yendo de la cama palaciega al living del mandatario de turno, pensando que así utilizan al poder cuando en realidad es el poder el que los usa.
Se fueron sus satánicas majestades y aquí llegan sus mesiánicas majestades. O, mejor dicho, su mesiánica majestad. Porque una cosa es U2 (a esta altura un resignado trío de acompañamiento y así se los ve y se los siente sobre el escenario) y otra cosa muy diferente es Bono, nuestro Dulce Señor qué jamás se preguntará aquello de “Padre, por qué me has abandonado”. Porque no, señor: Bono nunca va a permitir que lo abandonen. Ya se sabe, el método del recurso, el milagro que patentaron Jagger & Richards: disco y gira y disco y gira y –entre unos y otras– Bono alertándonos e iluminándonos sobre el estado de las cosas y los otros tres respondiendo, cuando se les pregunta sobre el asunto, que “ésas son cosas de Bono”. Y a quien le interese: según Bono, la respuesta al cómo desarmar una bomba atómica es “con amor”. Cuando les hicieron la misma pregunta a los otros tres, los otros tres respondieron: “Esas son cosas de Bono”.
DOS Bono da vértigo. Un malestar, un mareo, unas ganas de salir corriendo para enseguida descubrir que no quedan fuerzas suficientes y, probablemente, tampoco exista lugar hacia donde huir y pedir refugio. Si uno vive en Europa, Bono está todo el tiempo en todas partes. Predicando y cantando y, en más de una ocasión, predica con música de fondo o ensaya el mismo verso de siempre con primer ministro o jefe de gobierno o magnate empresarial sonriendo a su lado pacientes, porque saben perfectamente que para ellos es más importante fotografiarse con Bono y pasar por tipos cool que para Bono arrancarles un par de promesas rebosantes de cláusulas en letra pequeña. Pero no le importa mucho porque Bono es el Popa. El primer Papa Pop de la Historia, pretendiendo en vano regir los destinos de la humanidad no desde el Vaticano sino desde un Baticano de ingenua estética comic. Bono es el principio y el fin, el Alfa y el Omega, y no ha habido en la historia del rock –y espero que nunca vuelva a haber– alguien tan fascinado consigo mismo, tan dedicado a la automitificación, tan contento de ser él y de no ser otro, tan dispuesto a vivir (vivir muy bien) por nuestros pecados.
TRES Y hay que decirlo, y concentrémonos ahora en lo que en verdad importa o en lo que realmente debería importar: comparado con el Elevation Tour de hace unos años, el Vertigo Tour es poca cosa y deja con ganas de más. Comparado con las puestas de las últimas giras de Coldplay, Depeche Mode o R.E.M., el Vertigo Tour no sólo deja con ganas de más sino que uno no puede evitar el preguntarse si esto es todo lo que tiene para ofrecer live la autoproclamada banda más grande del planeta. Escenario tontito, pantalla más chica que aquélla del Pop Mart, luces y gráficas muy poco imaginativas, buenas canciones viejas y flojas canciones del flojo How to Dismantle an Atomic Bomb y una indigesta cantidad de minutos en los que Bono sermonea a la concurrencia y arenga con su propio evangelio de santas sandeces que se suponen ingeniosas. Días atrás iluminó a mexicanos recomendándoles –mientras a sus espaldas se alzaban, gigantescos, los rostros de Salma Hayek, Emiliano Zapata y Frida Kahlo– que utilizaran el muro fronterizo que está construyendo Bush para proyectar películas en señal de protesta. Después, los iconos nobles son reemplazados por tótemes abucheables y vaya uno a saber qué les recomendará a los argentinos... Y en el DF –como en Barcelona y escalas intermedias–, Bono volvió a repetir tres de los momentos más lamentables que jamás se hayan experimentado en un concierto y –nada ha cambiado, todo sigue igual– reviso anotaciones de aquella noche del pasado agosto y transcribo. En el primero de ellos, Bono canta y se estremece con los ojos cubiertos por una venda donde se lee la palabra Coexist. Las cámaras ofrecen un zoom de su rostro a la pantalla gigante. La C es una media luna musulmana, la X es una estrella de David y la T, una cruz cristiana. Bono interrumpe la canción y lanza una breve y sentida arenga en cuanto a que “todos somos hijos de Abraham”. The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen lo miran impávidos. El segundo de los momentos es tener que soportar la audición y visión de With or Without You –una linda canción de amor– mientras se nos obliga a leer la declaración universal de los derechos humanos, y recuerdo haber pensado entonces que es un poco como si los Beatles hubieran tocado Yesterday frente a proyecciones del Blitz o de Auschwitz. En el tercero de los momentos, Bono abre los brazos en cruz, camina por la pasarela con el gesto satisfecho de quien pasa revista a sus tropas, ordena que todos enciendan las lucecitas de las pantallas de sus teléfonos móviles y los alcen como alguna vez, el milenio pasado, alzaron encendedores. Después, las pantallas muestran un número de teléfono y la idea es que los adoradores llamen ahí mismo y donen lo suyo para combatir el hambre en Africa. Y es ahí cuando uno piensa que las entradas ya son muy caras, ¿no?
CUATRO Y como casi siempre, la culpa sin ser culpables –porque no se puede condenar a los genios por su degenerada descendencia– la tienen los Beatles. Fueron ellos los primeros en ser bendecidos y escuchados como voceros eléctricos e inconsciente colectivo con pelo largo. Bob Dylan –ver el reciente documental No Direction Home de Martin Scorsese– salió disparado para otro lado cuando se le acercaron a ofrecerle el puesto. Pero aun así, Lennon & Co. a la hora de pontificar lo hicieron con gracia: su Revolution no es otra cosa que un afinadamente distorsionado “a mí no me mires” donde, a la altura del coro, se repite una y otra vez un perezoso “va a estar todo bien”. Después, casi enseguida, Lennon se fue por la suya y sucumbió a la tentación de escribir slogans/jingles utópicos y solipsistas como Imagine, Mind Games, Power to the People, War Is Over, y todo eso. Canciones de millonario de protesta.
CINCO Y mientras escribo esto, miles de rolingas mutan más que velozmente a udongos o como se llamen, y yo no dejo de escuchar las recientes reediciones remasterizadas en sonido surround de los Talking Heads. Y qué buenos que eran, qué modernos son, y qué placer escuchar a una banda inteligente y revolucionaria y con humor cuya única preocupación era y sigue siendo una ética artística y no una estética demagógica. Todo esto para recomendarles que disfruten mucho de Franz Ferdinand.
SEIS Y regreso a lo que escribí hace más de medio año y digámoslo así: en Bono comulga la euforia evangelizadora del nuevo Tom Cruise, la dialéctica loop de Hugo Chávez y el infinito amor por sí mismo de Raphael con un toque de Saramago o de cualquier otro intelectual de los llamados “comprometidos”.
Y acabo de leer la noticia de que Bono vuelve a ser candidato al Nobel de la Paz. Y tal vez estaría bien que se lo dieran.
Tal vez entonces –por fin en paz consigo mismo– Bono corte el cable azul o el cable rojo de su amor propio y desactive así su tan amorosa bomba. Y nos deje en paz a todos nosotros.
Nota madre
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