Lun 14.03.2011
espectaculos

TEATRO

Una tradición milenaria

El teatro de sombras ha tenido características particulares de acuerdo a las sociedades que lo cultivaron. En la India el linaje es antiquísimo, con historias que se basan en relatos sagrados del Ramayana y el Mahabaratha. En Indonesia persiste el Wayang Kulit Purwa (“Títeres planos ancestrales”), que se transmitieron, con modificaciones, a Malasia y Tailandia. Las obras pueden durar hasta el amanecer y el titiritero se maquilla por más que el público no lo vea: necesita estar presentable ante los espíritus que va a invocar.

China no se quedó atrás. Según la leyenda popular, el emperador Wu Ti (156 a.C. - 87 a.C.) quería mucho a una de sus esposas. Pero la mujer se enfermó y murió, lo que hizo que el monarca se deprimiera hasta el punto de no comer. Procurando sacarlo de la tristeza, un mago le juró que podía traerle a la chica de nuevo, con la condición de que él no se levantara de la cama. Armó una figura articulada –copiando las curvas de la muchacha– y la hizo danzar contra la tela que lo separaba del rey. La retrató con tanto talento, que el gobernante se sintió nuevamente frente a su amada. Así de detalladas han sido las representaciones en el país de la Gran Muralla.

Las culturas influidas por el Corán les impusieron prohibiciones a sus sombras. Con todo, el Karagoz –o “Teatro de Sombras turco”– fue muy popular. El nombre deriva de un personaje llamado justamente Karagoz, que tiene todos los vicios y virtudes de las clases pobres. Europa, en cambio, fue rica en espectáculos pseudoespiritistas y “Exhibiciones mágicas”. En cuanto a América, hay certeza de que los arquitectos precolombinos usaban la luz para marcar solsticios o equinoccios en sus edificios. En la Argentina –y ya situados en el siglo XX– Roberto Docampo, Mane Bernardo y Sarah Bianchi se convirtieron en referentes. De 1997 en adelante, grupos como La Opera Encandilada comienzan a dedicarse específicamente al rubro, tras el rastro de compañías internacionales como Giocco Vitta y Amorós et Agustín.

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