CULTURA
En Olmos, esa cárcel retrógrada de estructura panóptica que aloja a 2500 internos, también hay teatro. “Doy dos talleres. El primero es en un sótano al cual se accede por un pasillo muy largo, sin ventanas. Es un poco aterrador”, describe Daniela Salerno, actriz de 26 años. A diferencia de los alumnos de Iannuzzi y Ferrería, los de Salerno sí llevan en su cuerpo bien marcadas las huellas del encierro. Y eso para el teatro no puede ser otra cosa que una dificultad. “Hay gente presa desde hace quince, veinte años. Se nota que están muy tensionados. Los horarios, la requisa, estar encerrados con gente que no conocen y los traslados sorpresivos generan un alerta constante, una tensión corporal que no permite soltar la subjetividad.”
A diferencia de las chicas de la 46, Salerno tiene “la suerte” de vivir de esto: da clases también en la 9 de La Plata, y la 12 y 18 de Gorina. Con tres años de trabajo en diferentes espacios, Salerno brinda su visión sobre la importancia de esta actividad adentro del penal. “Hay una resignificación de la mirada. El cuerpo se va relajando. Sobre todo cuando se dan cuenta de que pueden decir lo que les interesa. Se empieza a generar algo de creación de un discurso que los contiene. Y la ficción es un escudo. El teatro rompe con los mecanismos disciplinarios dentro de la unidad. Pueden decir algo. Y no muchas veces pueden hacer eso.”
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