CULTURA
No muchos saben que Augusto, el padre de León Ferrari, se dedicaba a la construcción de iglesias y la pintura de santos. Ahora sus descendientes se ocupan de cuidar las piezas que se fueron acumulando a través de las décadas y de recuperar o reconstruir las que hayan sido destruidas. Ese es, precisamente, el objetivo de la Fundación Augusto y León Ferrari, un proyecto motorizado por los siete nietos del maestro. “Recién estamos arrancando –admite Paloma Zambrano–, pero tenemos mil planes en puerta. Uno está inspirado en el programa cubano Arte en Casa, que pretende sacar de los museos la inventiva de los creadores y trasladarla a objetos de uso cotidiano, a los hogares de todos.”
Zambrano dice que el “formato fundación” le está permitiendo a Ferrari y los suyos operar en red con otras entidades, comenzar a planificar talleres y preparar un futuro programa de intercambios. “No somos León. Lo que hacemos es reivindicar su actitud y generar acciones desde ahí. Es una postura vital que nace de la certeza de que mi abuelo no hace separaciones entre el arte y la vida. Me refiero a que su legado está compuesto, sobre todo, por lo que hizo en su encuentro con el mundo. Contra los que afirman que ‘hace arte’, yo creo que él simplemente responde ‘llámenle como quieran, esto es lo que yo soy’. De cara a una generación de artistas confundida, convencida de que exponer en una galería famosa equivale al triunfo, valorar ese mensaje es fundamental.”
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