CINE › PREGUNTAS SIN RESPUESTA SOBRE EL SHOW
Las esperanzas estaban puestas en la reaparición de Billy Crystal como anfitrión de la ceremonia, pero más allá de algunos chisporroteos esporádicos, todo resultó tan liso y previsible, como lo vino siendo durante la última década.
› Por Horacio Bernades
La gran esperanza blanca era Billy Crystal, y Billy Crystal no pudo salvarlo. Más allá de chisporroteos esporádicos, la 84ª ceremonia de entrega del Oscar volvió a ser tan lisa y aburrida, tan sin sorpresas como lo viene siendo durante la última década. Para hacerse la pregunta vargasllosana: ¿cuándo fue que se jodió el Oscar? ¿Cuándo y por qué? Precisarlo es tan difícil como acertar el momento y las razones por las que se jodió el Perú. Pero que se jodió, se jodió. Está cada vez más jodida, en verdad. Aunque la vez que estuvo más jodida no fue ésta sino la anterior, en la que ese poco animado animé humano que es Anne Hathaway y el zombi acancherado que es James Franco habrá supuesto que era lo que un anchorman debe ser cavaron la tumba y palearon, palearon y palearon durante más de tres horas. El único que en aquella ocasión puso unos gramos de pimienta fue el gran Billy Crystal, invitado por unos minutos. Conclusión: al año siguiente, los de-sesperados organizadores lo llamaron de urgencia y lo pusieron a conducir de nuevo la ceremonia, después de ocho años de ausencia y por novena vez. Sin embargo, el aburrimiento volvió a cundir, obligando a zappear primero a esas polvorientas montoneras que son los partidos de River y después a un documental sobre el legado del bebop, que dieron cerca de la medianoche en el canal Encuentro.
¿Por qué uno se aburre tanto con estos speeches y agradecimientos, con estos trámites y gestiones? Los speeches siempre fueron aburridos, sobreactuados o lisa y llanamente kitsch. Trámites y ges-tiones es en lo que se convirtie-
ron. ¿Era mejor antes esta autoconvocatoria anual, en la que Hollywood nos quiere hacer creer que de lo que se actúe en aquellas colinas depende el destino del mundo? Era mejor el show, aunque hubiera que bancarse a Celine Dion, las canciones de Disney o Time of my Life. Pero de pronto pintaba un Randy Newman, un Springsteen, ¡un Dylan! Y salvaban la jornada. Más allá de eso, el show solía tener esa mezcla de dinámica, timing, glamour y disparate que sólo en la tierra del show saben darle. Eso, parecería, se perdió, más allá de que las acrobacias del Cirque su Soleil aportaron un asombro en cuentagotas. Ahora es venir del corte, verlo al conductor presentando a los presentadores, los presentadores haciendo lo suyo con mayor o menor interés, el sobre que se abre con cierta dificultad (la pícara de Tina Fey lo abrió con disimulo unos segunditos antes, para no tener que arrancarlo en público), el anuncio del ganador, los tipos que suben, hacen su numerito, las secretarias onda Nico Repetto ya se los están llevando, y que pase el que sigue. Eso, cuando los dejan terminar. Porque a veces (ver lo que pasó el domingo con unos documentalistas demasiado parlanchines) ni siquiera eso.
Antes subía un Clint Eastwood y te daba una lección de presencia sobre el escenario (Christopher Plummer también la dio, es verdad). O Jack Palance en pedo, bailando kosachoff para demostrar vitalidad. O Halle Berry, convirtiendo, entre mocos, un premio a la actuación en una épica (hollywoodense, claro) sobre el triunfo de la raza negra. Por ridículo que fuera, había allí un sentido del show que, ahora, ¿quién encuentra? ¿El numerito de Robert Downey como documentalista de vanguardia insoportablemente narciso? Bien, sí, hasta ahí. ¿Jennifer López y Cameron Diaz, aprovechando que estaban juntas para hermanar sus míticos culito y culazo? Simpática muestra de autoconciencia anal, es verdad. Como la falsa prueba de público de El mago de Oz, con Christopher Guest & Amigos diciéndole al público del Oscar que el público puede ser perfectamente idiota. Muy bueno lo de Emma Stone, haciendo la parodia de la principiante insoportablemente arribista, y mejor todavía el monologuito de Chris Tucker, acusando a la industria de seguir siendo tan racista como antes de los derechos civiles. En una entrega en la que el propio Crystal celebra una película como Historias cruzadas, que quiere hacernos creer que eso quedó en el pasado y ahora todos los yanquis son lo más progre que hay, el efecto contestatario de ese monólogo se hiperpotencia.
A propósito: es en esos brevísimos, a veces casi imperceptibles entremeses, donde la ceremonia del Oscar guarda todavía –heredando una tradición de corrosión humorística muy propia de la cultura anglosajona– una autocrítica a todo el mundo-Hollywood, que si se lo piensa bien echa por tierra con lo que la propia ceremonia quiere vender. El presidente de la Academia da un discursito oficial de director de escuela y Billy Crystal (o Bruce Vilanch, el gordo que desde hace décadas le escribe los speeches) lo carga públicamente por su entusiasmo de contador público. Después de que un montón de famosos (Tom Cruise, Brad Pitt, Barbra Streisand, Edward Norton y un pilón más) hablan del cine (de Hollywood) como si se tratara de una experiencia de autoconocimiento personal y filosófico, Crystal los mira, mira a la audiencia y dice, con gesto y postura de Bugs Bunny (sólo le faltaba la zanahoria): “Yo jamás sentí una cosa así en el cine”.
Las definiciones que Crystal y/o Vilanch dio/dieron sobre el cine contemporáneo fueron mil veces más sinceras que aquellos vuelos de ocasión. “El cine es el lugar desde el que uno manda mensajes de texto”, dijo Crystal primero. “Ahora se filma con celulares, yo prefiero la pantalla grande del iPad”, sumó después. Y la más política de todas, la más amarga definición de la ceremonia de entrega que se haya oído en mucho tiempo. Digna de Godard: “Nada puede ser más reconfortante para millones de espectadores del mundo entero que ver a millonarios premiar a otros millonarios”. Deberían agradecer que después de esa convocatoria los manifestantes de Wall Street no hayan hecho unos kilómetros para prenderle fuego el Kodak Theatre. Teatro que, como Crystal se ocupó de recordar más de una vez, en cualquier momento se pone en venta, producto de la bancarrota de la firma Eastman Kodak, a quien el auge de la fotografía digital amenaza con sacar de la cancha para siempre. El mundo viejo y el mundo nuevo, como le gusta decir a Hernán Casciari.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux