CINE
› Por Fernando Birri
Versión libre del poema Fausto. Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta ópera. de Estanislao del Campo (1866).
Argentina, mediados del siglo XIX.
Infinito horizonte de las pampas. En raudo galope, desde distintos puntos cardinales, dos gauchos se encuentran bajo la copa de un solitario ombú, el árbol más grande del mundo. Son Anastasio el Pollo y su compadre Don Laguna. Sentados en sus nudosas raíces, entre mate y ginebra, con el corazón todavía encogido por la representación de una ópera a la que ha asistido en el antiguo Teatro Colón de Buenos Aires el 24 de agosto de 1866, Anastasio se la cuenta a Don Laguna: es el Fausto de Goethe en la musicalización de Gounod. Pero como no podría ser de otra manera, al contársela la “traduce” en imágenes, personajes y situaciones de su propia realidad. Así, para dar sólo tres ejemplos, Faust es un “doctor” con levita y quevedos de la época y Mefistófeles, un diablo de Carnaval; la cantina de Auerbach en Leipzing, una pulpería criolla, así como la muerte de Valentino, hermano de Margarita, lo será en duelo criollo, con facón y a ponchazos; y el cielo al que subirán las almas de Faust y Margarita un, cielo de nubes barrocas de catecismo de misionero.
Queda planteado así el contrapunto de sentido y de estilo de nuestro film: una visión lírico-épica de nuestra pampa “bárbara” (paisaje y personajes que cuentan el drama de Faust) y una visión naif-grotesca, humorística, importada del mundo “civilizado” (el drama gótico del Faust). Dos visiones, dos Weltanschauung: un abismo cultural de por medio. Con la debida aclaración de que la novedad de esta propuesta consiste en una inversión de los metros tradicionales: lo que una cultura “tradicional, civilizada”, considera “bárbaro” aquí es sentimiento de la vida natural y libertario, desprejuiciado. Y que en su desprejuicio elemental, “bárbaro”, ve como “retórica artefacta”, inclusive incomprensiblemente “cómica” la tragedia intelectual de un espíritu “civilizado”.
No se trata de una ridiculización del Faust, sino de una reinterpretación multicultural y problemática por excelencia contemporánea, de la “diversidad” cultural –polémicamente, entre culturas consideradas “desarrolladas” por oposición a otras consideradas por éstas como “subdesarrolladas”–, lo que justifica, políticamente, nuestra propuesta.
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