“Apunto a ser un gran cantante, porque no lo soy. Creo que hoy por hoy puedo ser muy expresivo y aprendí a interpretar canciones que no son mías, también. Interpretar las que escribo a veces cuesta un poco más, porque las agarro desde muy adentro. Otras veces, cuesta menos. No soy un dotado en el instrumento vocal, aunque quizás sea un dotado en la expresividad y tenga una voz agradable. Sé que estoy lejos de hacer lo que querría hacer con mi voz. Veo cantantes perfectos y digo ‘qué hijo de puta’. Lo mío es laburo: si yo no la laburo mucho, no canto bien la canción. Pero es un ejercicio que me encanta y que me genera mucha valoración de lo que hago. Quizás siendo un gran cantante, mi voz sería fría. Es llamativo que haya tan pocos con voces hermosas que además canten muy bien y que sean buenos intérpretes. Spinetta me parece un gran ejemplo. Abel Pintos es otro, más joven. Si cantás demasiado bien y no tenés texturas, además, eso te convierte en algo muy comercial: sos una voz linda, pero no decís ni expresás nada. Creo que la imperfección es un elemento muy lindo para la voz; lo aprendí sufriendo cosas que yo hacía mal en el disco Quién da más. Lo mezclamos en Puerto Rico y tuve que afinar cosas que estaban mal cantadas. Al final terminó quedando como lo canté porque los arreglos me sonaban muy artificiales; pero me sentí muy frustrado. No obstante, me quedó el oído muy sensible a la afinación vocal y escuchaba en la radio a cantantes populares, de esos consagrados para todos, y notaba muchas desafinaciones. Eso es lo bueno de cada cantante: el defecto es lo que lo hace diferente de los demás. Es como la pintura: hay tipos que pintan perfecto y no pasa nada. Yo comencé a pintar de un modo clásico, pero después descubrí las manchas. Y el mundo de las manchas es alucinante.”