MUSICA › EL GRANDIOSO MAPA MUSICAL ARGENTINO
› Por Karina Micheletto
“Los materiales que yo muestro no son una radiografía del canto, son el hecho sonoro tal cual lo registra un grabador como el Grundig”, explicaba Leda Valladares sobre su trabajo. “He podido recopilar más de cien temas de canto con caja, y también tengo dos álbumes con todo pasado a pentagramas. Pero el hecho sonoro es más importante. Yo grababa todo porque no hay dos cantores que canten igual, todos tienen su propio canto. Es muy personal, muy dramático y responde al paisaje que los rodea y a esa cultura de siglos: es música de de-siertos, de montañas, de selvas. Ahí está el principio de las cosas en materia de misterios.”
En los últimos reportajes que dio, unos diez años atrás, Valladares contaba que aún guardaba gran parte de esas grabaciones en su casa, y que incluían las largas charlas que mantenía con los músicos y cantores, inéditas. Pero llegó a clasificar y editar muchas otras su Mapa Musical Argentino, obra que en 2001 fue reeditada por el Centro Cultural Rojas, juntamente con Melopea, en una colección de ocho CD.
Lejos del testimonio antropológico, estos discos ponen de manifiesto el enorme valor artístico de este canto que Valladares calificaba como litúrgico. Son huaynos, carnavalitos, bagualas, vidalas, cuecas, chacareras, milongas, versos que pasan de generación en generación y que interpretan músicos no profesionales, gente del común que se asume cantora. El recorrido va desde la Quebrada de Huamahuaca y su mosaico de ritmos y melodías, pasa por Tucumán y el canto vallisto, por cerros y valles y sus comparsas, por cantores como Gerónima Sequeida, por Cuyo y sus ritmos y danzas, por Salta y sus bagualeros, llega hasta Santiago del Estero y se planta en la vidala, entre tantas otras muestras de riqueza popular. “Una baguala escuchada en su paisaje, una vidala de rancho en la lejanía, desatan nuestro fuego y reajustan el universo”, se anuncia, por ejemplo.
“No he podido recopilar una canción mal hecha o una copla mal hecha, todas son perfectas”, destacaba Valladares sobre sus grabaciones. Y volvía a compartir su entusiasmo como si se estuviera contando a ella misma aquello vivido, como una revelación: “Yo grababa por ejemplo en la fiesta de carnavales, donde el canto sale compulsivamente, donde se citan como una estampida de desahogo al canto. Para ellos es una respiración profunda. Hay también cantos que acompañan los rituales de la siembra, de la cosecha, de la marcación de ganado, pero los de los carnavales son el delirio máximo”.
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