TEATRO › OPINIóN
› Por Laura Silva *
Hacer un Shakespeare hoy es mucho más que interpretar bellamente un texto de por sí bello. Hacer un Shakespeare siempre es penetrar en la médula de la esencia humana, y para eso hay que ensuciarse las manos.
Shakespeare desarrolló su obra en un período más que complejo en términos socio-político-económicos, en la Inglaterra de finales del siglo XVI y principios del XVII. Cambio de siglo, un nuevo mundo al otro lado del océano, con nuevas culturas, conflictos religiosos, tremendas pestes (una se cobró la vida de su propio hijo). Escribió, actuó y dirigió en un sector de Londres donde convivía el teatro con la prostitución y las peleas de osos, entre otras cosas.
Pero, por sobre todo, se dedicó al público.
Apeló a todos los recursos e inventó tantos otros para que su público, mayoritariamente analfabeto, pudiese conocer su historia (aunque con ciertos retoques que establecía la monarquía imperante a su favor, desde ya), que se pudiese divertir con sus comedias y procacidades, con situaciones de enredo y llorar con sus tragedias, equiparables a un culebrón televisivo de hoy.
Shakespeare “medía” el resultado de sus obras de acuerdo con la reacción del público. De allí que exista más de una versión de algunas de ellas o que eliminara personajes o los hiciese crecer de acuerdo con la reacción de los espectadores, lo cual se resolvía in situ según los aplausos o los arrojes de sobrantes de comida. Entonces, hacer un Shakespeare hoy exige que podamos –teatristas y público– abrir nuestras mentes a algo mucho más popular y menos sacro de lo que venimos acostumbrados.
Los textos de Willie (como me gusta llamarlo a mí) son altamente poéticos, metafóricos, en ellos apela a personajes mitológicos o históricos, pero sin perder su tan seductor desparpajo al tomarse todas las licencias del mundo mezclando personajes que nunca convivieron en tiempo y espacio, mixturando mitologías o también errando (no sabremos si a propósito o no) datos de manera aparentemente antojadiza. Y sin embargo, no perdían su característica popular. Y esa popularidad, ese ida y vuelta entre obra y público, se ha ido perdiendo y muchas veces vemos a Shakespeare como un autor lejano, sólo para eruditos. Error.
Hoy contamos con el Teatro Shakespeare en la Costanera Sur de nuestra ciudad, que evoca la morfología del Teatro del Globo, donde Willie escribía y representaba sus obras. Ese espacio, a diferencia del para nosotros tan conocido teatro alla italiana, nos permite estar ahí, cerca del actor y al actor estar ahí, cerca de su público, en los tres puntos de vista en que un actor debe ser mirado, tal como decía el propio Shakespeare.
Para los teatristas que nos dedicamos a él, poder contar con ello es como el sueño del pibe. Un teatro “popu”, cercano, vívido, intenso, tal el que Shakespeare y sus coetáneos eligieron para exponer sus obras y trascender como pocos.
* Miembro de la International Shakespeare Association, colaboradora de la Cambridge World Shakespeare Encyclopedia.
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