Mié 14.06.2006
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OPINION

Los modos de J. L. B.

› Por Juan Sasturain

En julio de 1936, en el número 22 de la revista Sur, Jorge Luis Borges, escritor argentino que contaba con los años del siglo, escribió: “Ha muerto (ha padecido ese proceso impuro que se llama morir) el hombre G. K. Chesterton, el saludado caballero Gilbert Keith Chesterton: hijo de tales padres que han muerto, cliente de tales abogados, dueño de tales manuscritos, de tales mapas, de tales monedas, dueño de tal enciclopedia sedosa y de tal bastón con la contera un poco gastada, amigo de tal árbol y de tal río. Quedan las caras de su fama, quedan sus proyecciones inmortales, que estudiaré”. Y a continuación, lo hacía en media docena de páginas que brillan todavía.

Chesterton acababa de morir en Londres el 14 de junio y seguramente ni la Ocampo ni nadie necesitó pedirle a Borges que escribiera sobre el autor de El hombre que fue Jueves. Lo hizo, simplemente, con la misma precisión e inteligencia con que tradujo sus cuentos y poemas en la Revista Multicolor de Crítica y en la misma Sur; con el mismo fervor con que prologó los relatos del Padre Brown, reseñó sus libros –Paradojas de Mr. Pond, la Autobiografía–, comentó sus opiniones, discutió sus ideas, su teoría del policial. Simplemente lo admiraba, y cómo: “Pienso que Chesterton es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo y ello no sólo por su venturosa invención, por su imaginación visual y por la felicidad pueril o divina que traslucen todas sus páginas, sino por sus virtudes retóricas, por sus puros méritos de destreza”. Sólo de Stevenson podría alguna vez haber dicho algo así.

No puede ser azaroso, entonces, sino una especie de cifra que equilibra los tantos en un tablero para nosotros –y para ellos mismos– desconocido, que Borges haya muerto en Ginebra exactamente el mismo día que Chesterton, medio siglo después, el 14 de junio de 1986.

Y no puede ser arbitrario tampoco que sus juicios y apreciaciones sobre el padre del padre Brown sean aplicables a él mismo, son los que nosotros formularíamos hoy sobre Borges. Es decir: reconocemos, admiramos a Borges por las mismas razones (esa equívoca “felicidad” incluso) por las que él se entregaba a la maestría de Chesterton.

En “Los modos de G. K. Chesterton”, aquella nota original del ’36, Borges discriminaba cuatro “caras de su fama”: “Padre de la Iglesia”, narrador policial, escritor y poeta. En el primer ítem, en ese “católico civilizado” Borges elogia sobre todo el uso del humor en la defensa paradójica de “causas que no son defendibles”. De algún modo, todo lo que dice sobre el catolicismo de Chesterton es aplicable a su defensa a ultranza del conservadurismo liberal, su propia “causa perdida”. En cuanto al “escritor”, arranca con toda ironía: “Me consta que es improcedente sospechar o admitir méritos de orden literario en un hombre de letras...”

Ya entendimos, maestro.

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