Iniciativas como El Club del Disco nacieron como antídoto contra la sobreoferta: alguien vio el filón seleccionando y decidiendo por los otros qué y cuándo escuchar. El Club selecciona un disco por mes y lo envía a cada domicilio con información sobre ese material. ¿Los fundamentos? “Cada vez hay más discos independientes en el mercado. Y es cada vez más difícil orientarse en medio de tan abrumadora oferta. Algunos de esos discos alcanzan apenas la calidad de un demo, mientras que otros son obras de arte profundas, realizadas con cariño, coraje, un acabado exquisito y una honestidad y originalidad que los grandes sellos no podrían siquiera imaginar”, se lee en su manifiesto fundacional.

Como distinguir los buenos de los malos es cada vez más difícil, la idea de Rodrigo Sáenz fue un doble tiro: orientación para público y recomendación para artistas invisibles de tan independientes. “Músicas genuinas e inesperadas, no comerciales. Por definición, músicas que los grandes sellos o cadenas de distribución no promueven”, explica. “El lugar en el que el público se encuentre con estos artistas no es fácil de identificar.” El planificador de consumo, representado por este emprendimiento, es el signo de este tiempo: cuando la oferta desborda hasta al erudito, ante la angustia del abrumado, el planner asiste como un tutor que, décadas atrás, hubiera resultado insólito.