TEATRO › OPINIóN
› Por Tato Pavlovsky
Dice Tomas Bernhard respecto de su opinión sobre el papel de los escritores y su compromiso político: “Son gente que siempre pacta con el Estado y con los poderosos y que se sienta a su izquierda o a su derecha. El típico escritor de lengua alemana cuando está de moda el cabello largo, lleva el cabello largo. Cuando está de moda el corto, lleva el cabello corto. Si el gobierno es de izquierda, allí va corriendo y si es de derecha, allí va. Siempre lo mismo, nunca han tenido personalidad. Sólo tienen personalidad los que mueren jóvenes, cuando se mueren a los 18 o a los 24 años. A los 25, cuando uno no necesita más que unos pantalones viejos y se anda descalzo y se contenta uno con un trago de vino y con agua, no es tan difícil tener personalidad, pero luego ninguno la tiene a los 40, completamente paralizados ya entran en los partidos políticos y el café que toman por la mañana lo paga el Estado y la cama en que duermen y las vacaciones que disfrutan también. Todo eso lo paga su Estado respectivo, no tienen ya nada propio” (Conversaciones con Thomas Bernhard, Hofmann Kurt).
Durante el proceso militar o la dictadura militar en nuestro país, algún autor nacional bastante buen dramaturgo estrenó dos obras en el San Martín, sin lugar a dudas esto implicaba un compromiso político, dado que el Teatro San Martín era el aparato estético teatral que representaba a la dictadura. Su responsabilidad como autor nacional lo debería haberse sentido responsable de que mientras él era producido en el teatro oficial, otros compañeros no podían estrenar. Justamente ese fue el origen del malestar que originó que Roberto Cossa y Osvaldo Dragún iniciaran la epopeya de Teatro Abierto, para gritar ¡Presente! Y evitar la moribundez en la que se los pretendía ubicar: en el paroxismo de su inexistencia. Teatro Abierto se convirtió en una verdadera epopeya política que arrastró a miles de personas a apoyar a los autores prohibidos. Esto originó esa experiencia que culminó con una bomba en el teatro Picadero. No olvidemos que cuando los intelectuales o los artistas aparecen bloqueados o excluidos de los aparatos represivos de la cultura, por algún lado manifiestan su disconformidad. Lo interesante es que este dramaturgo que había estrenado en el San Martín, cuando muchos de sus compañeros no podían hacerlo, se enarboló con el movimiento de Teatro Abierto con una obra de su autoría que era bastante buena. Este buen hombre era uno de los más fanáticos expositores de la protesta, de tal modo que estrenaba en el teatro oficial como autor al mismo tiempo que estrenaba en Teatro Abierto como denunciante.
Esta contradicción yo no sentí nunca que fuera develada, pero es importante a través del tiempo que uno por lo menos la pudiera recordar y seguramente otros la recordarán. El autor de estreno en el San Martín durante la dictadura hace recordar a Thomas Bernhard cuando dice que cuando está de moda el cabello largo, lleva el cabello largo y cuando está de moda el corto, lleva el cabello corto. Si el gobierno es de izquierda, allí va corriendo y si es de derecha allí va, siempre lo mismo, nunca han tenido personalidad. Este es un buen ejemplo de lo que ha hecho nuestro autor. Lo interesante no es tal vez juzgar al autor de la doble personalidad sino sólo tomar conciencia de la falla autocrítica que a veces adolecemos. Estas cosas pequeñitas, muy pequeñitas, con nombres pequeñitos, muy pequeñitos, no se deben olvidar. A riesgo de la complicidad civil en que pueda involucrarnos. Por eso dice Edward Said, ese líder palestino autor de Representaciones de un intelectual, que tal vez el intelectual o artista debería jugar a ser francotirador en su denuncia y no ser apresado en ningún tipo de organización que le coarte su libertad para ejercerla. No solamente somos responsables de la denuncia, sino de la doble moral que puede implicar a veces el silencio o la autocensura, por lo menos creo yo que esa fue la intención de Cossa y de Dragún, develar todo este tipo de contradicciones. ¡Y doy fe de que lo lograron!
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