Jue 29.06.2006
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CINE › UN FILM QUE SUPERA SUS PROPIOS RIESGOS

Autos de buena chapa, en un lugar llamado Radiator Springs

› Por Horacio Bernades

El hecho de que Cars se anunciara como el último capítulo de la larga asociación Pixar-Disney (finalmente la firma del ratoncito terminó anexando a la de Toy Story), sumado al inminente vigésimo aniversario de Pixar (el primer corto de la compañía es de 1986), su propio retorno a la realización tras largos años (la anterior, Toy Story 2, es de 1999) y un extenso período de preparación tal vez hayan sido las causas de la inflación que padece la nueva película de John Lasseter. Inflación presupuestaria, de escritura, de producción, de realización y de metraje. Unos setenta millones de dólares de presupuesto, once pares de manos para escribir el guión, el state of the art completo de la animación digital, un codirector (Joe Ranft, fallecido durante la producción) y casi dos horas redondas de duración hacen del opus 7 del estudio Pixar una película algo excesiva, sobrecargada, engordada. Por suerte, el vuelo creativo, la llama sagrada que a pesar de todo sigue viva en el seno de Pixar, la salva del agobio liso y llano.

Ya en la carrera inicial, que se extiende a lo largo de un cuarto de hora y cuenta con miles de “extras” (por más dibujados que estén), se percibe el peso de todo el gigantesco aparato que subyace a la heredera de Bichos, Monsters Inc., Buscando a Nemo. Y de Los increíbles, donde ya era perceptible la tendencia al plus. Animada por las voces de Owen Wilson, Paul Newman y Cía. (en la versión subtitulada, de la que se estrenan unas pocas copias en la Argentina) y de Nicolás Vázquez, Verónica Lozano, Dady Brieva y hasta el corredor Juan María Traverso (en la versión doblada), Cars es un típico cuento moral, enteramente protagonizado por autos. Un mundo de ruedas, chapa y motores, en el que no sólo los que corren están hechos de chasis y carrocería, sino también los mecánicos, los relatores, el público. Y, finalmente, la población completa de Radiator Springs, el pueblito perdido donde el Rayo McQueen –rojo auto de carreras– aprenderá a ser otro, mejor que el que era.

Joven, ególatra y ambicioso de las pistas, tras un triple empate, el Rayo (Owen Wilson o Nicolás Vázquez, según la versión de que se trate) es convocado, junto con sus dos máximos rivales, a una carrera decisiva que tendrá lugar una semana más tarde en California, eterna tierra de promisión del imaginario estadounidense. Por culpa de su ambición se extraviará en ese otro mito americano que es la Ruta 66, yendo a parar a Radiator Springs, donde jamás oyeron hablar de él. Como en una película de Frank Capra, Radiator Springs encarna todos aquellos valores que la civilización ha dejado de lado: la buena vecindad, el buen corazón, la buena leche. La buena chapa, habría que decir en este caso, si no fuera por la corrosión que afecta a parte de su población. Para McQueen se trata de Capra en versión pesadillesca, a partir del momento en que el juez Doc (Paul Newman o Juan María Traverso) le impone una pena que es como una condena a quedarse encerrado allí para siempre.

Solito, el Rayo deberá asfaltar la ruta principal de Radiator Springs, que parece San Francisco después del terremoto. Pero el viejo piantado de Mater, remolque dientudo y oxidado (Dady Brieva, en la versión nacional), se convertirá pronto en fiel amigo. Es también así que Sally, el Porsche más sexy del mundo (voz de Verónica Lozano), pinta para novia. Y los gomeros Luigi y Guido (un Fitito y un Isabella), convencidos de que el Rayo es una Ferrari, caerán rendidos ante la más italiana de las marcas. Como en todas las películas de Lasseter, la solidaridad, el juego de equipo, serán los que rescaten al héroe individual. Es en la pintura de personajes (en la chapa y pintura, si se prefiere) donde Lasseter, sus coequipers del guión y la escudería Pixar en pleno vuelven a hacer la diferencia, compensando el barroquismo de diálogos, pequeños detalles e infinitesimales observaciones, que amenaza asfixiar a Cars. Así, un auto latino, un coche de bomberos fóbico, un jeep militar(ista) y una combi hi- ppona (llamada Fillmore) logran colocarse a la altura de los inolvidables juguetes de Toy Story.

El savoir faire técnico de la fábrica (“Fabricada por Pixar”, dice en los títulos, como si se tratara de un auto) da por resultado una serie ininterrumpida de proezas digitales. Estas incluyen reflejos sobre el cromado, sombras proyectadas, tomas aéreas, una autopista toda iluminada por las luces de los autos en medio de la noche cerrada. Y otra noche, hermosamente azul, en la que McQueen y Mater juegan a despertar tractores dormidos. Se agradece el estoicismo con el que la escudería de Mr. Lasseter sigue negándose a convertir una película animada en agotadora colección de chistes y chistecitos, como lo hacen Fox, Dreamworks y la propia Disney. Debe señalarse, eso sí, que a los más chiquitos no les será fácil vincularse con autos (por muy antropomorfizados que sean), ni tampoco pescar códigos y referencias dirigidos a la población adulta. Es de esperar, finalmente, que saciada la sed de perfección que Cars parece haber representado, Lasseter y sus muchachos se relajen un poco más y no conviertan la ambición en obsesión y el detallismo en fijación. Que aprendan, en una palabra, lo que el Rayo McQueen, en el tranquilo pueblito de Radiator Springs.

7-CARS

EE.UU., 2006.

Dirección: John Lasseter y Joe Ranft.

Guión: Dan Fogelman, John Lasseter, Joe Ranft y otros.

Música original: Randy Newman.

Voces: Owen Wilson, Paul Newman y otros (versión original subtitulada); Nicolás Vázquez, Verónica Lozano, Dady Brieva, Juan María Traverso y otros (versión doblada al castellano).

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