MUSICA › ENTREVISTA A JOSE PALAZZO, CREADOR DEL FESTIVAL
El organizador de Cosquín Rock defiende su propuesta de una carpa para la música electrónica y de incorporar la proyección de rockumentales, recuerda hitos del festival y habla sobre lo ecléctico de la programación, que este año estará dividida en cinco escenarios.
› Por Juan Ignacio Provéndola
José Palazzo hizo del Cosquín Rock una leyenda y nadie lo duda; aunque nunca se sabrá si fue por ingenio, casualidad o, como sucede con la mayoría de los éxitos, gracias a la combinación de ambas variables. En tiempos en los que el rock se oxida redundando sobre sí mismo, como un perro que gira en círculos sin poder sacarse las pulgas del rabo, el Cosquín vino para soplar aires puros. Como los que se respiran en las sierras cordobesas, inesperado cobijo natural de un género eminentemente urbano. A diferencia de experiencias anteriores en el interior del país (como el histórico La Falda Rock, primera experiencia festivalera de la democracia ochentosa), Cosquín llegó en tiempos en los que el rock esponsoreado todavía no estaba en los planes del marketing empresarial y las bandas aún se creían en condiciones –al menos aspiracionales– de convocar multitudes por sí solas. Pero los tiempos cambiaron y, una década y media más tarde, el festival se consagra como un ritual ineludible no sólo para la horda de mochileros que emigran desde todos los rincones del país sino también para aquellos artistas que toman la fuerza inercial de este evento de inicio de año para comenzar su temporada de trabajo fuerte.
La edición 2014 del festival incluye cinco escenarios con casi todo el rock argentino en pleno, intervenciones especiales de Fuerza Bruta en una locación ad hoc y hasta una carpa de música electrónica, inclusión que Palazzo defiende a diente cerrado: “Algunos me bardean por esa decisión, pero yo lo he visto en todos los festivales rockeros que vi por el mundo. La idea es que sea onda after, hasta las 6 de la mañana, para que los pibes puedan hacer ‘cangrejito’, como todos los que bailan esa música”, dice el alma mater del Cosquín Rock, que reconoce la labor de un amplio grupo de trabajo, aunque sabe que “las cagadas tienen nombre y apellido”. El mismo, claro.
Entre las novedades se destacan también la aparición de Favio Posca como performer en varios horarios, la proyección de diversos rockumentales y el Domo Naranja, escenario destinado a bandas nuevas que estuvo programado por Agustina Palazzo, hija de José y dueña de la FM cordobesa Apolo. También habrá una réplica de la fiesta Glamnation (el domingo) y otra del Festival Emergente (la última noche).
Por cuarto año consecutivo, el lugar elegido es el Aeródromo de Santa María de Punilla, tres kilómetros al sur de la ciudad que le dio nombre al festival y en la que se realizaron las primeras cuatro ediciones, desde aquel polémico estreno en el convulsionado 2001. “Empezamos en la Plaza Próspero Molina, reducto histórico del folklore, y recuerdo declaraciones brutales de tipos como Horacio Guarany, que decía que estábamos ultrajando el lugar. Ricardo Mollo, principal apoyo de esas primeras ediciones, empezó el show de Divididos con una versión de ‘El arriero’, de Yupanqui, y se nos cayó la jeta a todos. Parecía una reconciliación, aunque luego se hicieron desastres que coincidieron con las premoniciones de don Horacio (se ríe). Por eso nos sacaron cagando del lugar: el pueblo nos extirpó como a un quiste”, remarca Palazzo, que entre 2005 y 2010 mudó su creación a la comuna San Roque.
–Después de catorce años, el rock convive armónicamente con el folklore, la cumbia y la música electrónica. ¿Cosquín Rock tuvo algún mérito en este cambio de paradigma?
–Creo que hicimos un poco de docencia, asumiendo riesgos. En la Próspero Molina convivieron artistas como Kapanga y Almafuerte, o Miranda! y Rata Blanca. No me voy a olvidar nunca el día que Adrián Dárgelos, vestido con un enterito rosa, se lo cruzó en un pasillo a Ricardo Iorio y terminaron hablando hasta las 6 de la mañana. O la vez que tocó Callejeros en el momento más crítico de su carrera. Yo les abrí la puerta a todos. Es una forma de generar amplitud, lidiando con el temor y la falta de respeto hacia los gustos del otro.
–Charly García suspendió sus presentaciones en el Teatro Colón por problemas de salud, pero fue reconfirmado como el acto central de hoy. Usted también es su manager. ¿Qué puede decir sobre su estado?
–Es bueno aclararlo: Charly pasó aquel problema de salud que lo tuvo nueve días en un hospital y luego recuperándose en su casa. Justo comenzaba la fecha de preproducción para los shows del 22 y 23 de febrero en el Colón, entonces les suplicamos reprogramarlo, porque no estaba en condiciones de asumir todo ese rollo, para cuando ellos quisieran: un martes al mediodía, un miércoles a la medianoche. ¡Daba lo mismo! Pero nos dijeron que no se podía, que estaba todo ocupado. Entonces decidimos, con su familia y los médicos, que era preferible cancelarlo, porque iba a ser todo muy estresante para Charly. Ahora está muy bien de salud y preparó un set rockerazo con sus clásicos.
–Esta noche también va a tocar Skay Beilinson, un artista que siempre esquivó los festivales. ¿Cuál es el secreto de haberlo convencido para que toque tantas veces en Cosquín Rock?
–Tengo una amistad muy grande con él y con la Negra Poli, y ellos saben la enfermedad y la pasión con la que vivo esto. Por eso me dieron cabida y lo disfrutamos mucho. En esta edición se va a presentar Díscolo, un libro sobre artes de tapas de álbumes, con la presencia de Rocambole, y también se estrenará El alucinante viaje de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (ver página 30), un documental que tiene imágenes inéditas de la creación del grupo y de sus primeros shows. ¡Una locura! Creo que el espíritu de Patricio Rey va a estar más presente que nunca.
–¿Hubo alguna apuesta a la que le haya puesto la entraña y finalmente no funcionó?
–Muchos proyectos que creíamos que iban para un lado, terminaron yendo para el otro. Para mal o para bien. Como nos pasó con Calle 13, que después de producirles varios conciertos en Córdoba, los incluí en el Cosquín Rock. Era una época en la que curtían más el rubro del reggaetón y yo los puse temprano, a eso de las 6 de la tarde. ¡Se armó un escándalo! Me trataban de vendepatria, traidor e hijo de puta por haberles regalado el festival a los reggaetoneros. La situación me estresó mucho, y René, su cantante, me decía: “No te preocupes, lo vamos a revertir”. Y así fue: salieron a tocar y vinieron a verlos hasta los punks de chupines, cresta y borcegos. Esas reivindicaciones son buenas.
–El año que viene se cumplen quince años. ¿Tiene algo en mente?
–Me gustaría convencer a Andrés Calamaro, uno de los pocos artistas que nunca estuvieron en Cosquín. Y estuve pensando en armar lugares amatorios, por turnos. Un telo, bah... Sobre todo para evitar ciertos espectáculos dantescos que se propician. Eso sí: con las fotos de las esposas tachadas. (Se ríe.) Mentira: el rock es amor y no hay que reprimirlo.
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