TEATRO › JORGE GRACIOSI, EL DIRECTOR DE NUESTRO FIN DE SEMANA
El teatrista, que ya ha realizado numerosas puestas de Cossa, partiendo de Tute cabrero, señala que el clima de la obra “está dado por la condición de antihéroes de los personajes. Ellos tienen sueños, aspiraciones que no pueden cumplir”.
› Por Hilda Cabrera
Traer al presente la primera obra del dramaturgo Roberto “Tito” Cossa en homenaje a los cincuenta años de su estreno genera expectativa no sólo en quienes se han embarcado en la tarea de ponerla en escena. En principio, el director Jorge Graciosi, responsable del nuevo montaje de Nuestro fin de semana, en el Teatro Regio, reúne la experiencia de haber realizado numerosas puestas de este autor, partiendo de Tute cabrero, radiografía del empleado acuciado por el temor a ser despedido. Una historia que fue película en 1968 y pieza teatral en 1981. De origen platense, Graciosi, también actor, se trasladó a Buenos Aires, donde integró elencos del teatro independiente y oficial y llevó a escena, entre otros títulos, La Nona, Angelito, Yepeto, El viejo criado y Daños colaterales, todas obras de Cossa; Rodolfo Walsh y Gardel, creación de David Viñas (“homenaje a los que dieron pelea frente al poder y no una obra-documento”); Culpa de los muertos y Los hijos de Rosas, de Alejandro Bovino Maciel. Ha realizado tareas de gestión en el Instituto Nacional del Teatro y el Teatro del Pueblo y escribe teatro, pero –dice– no se atreve a estrenar. En cuanto a la puesta en el Regio, aclara que ha respetado el texto, que los cambios son menores y necesarios y que ha situado la acción en los años inmediatamente anteriores a 1964 sin por eso retroceder a los ’50: “No hay identificaciones políticas, pero sí ambientación de época y situaciones que permiten reconocer un determinado trasfondo político y social. El dramaturgo tiene que dar cuenta de la época que le toca vivir, ha dicho Cossa, y en esta obra lo que aparece en primer plano son los conflictos personales, los anhelos y fracasos de un grupo perteneciente a la clase media de comienzos de los ’60”.
–¿Diría que es metáfora y crónica a la vez?
–En la obra no aparecen datos ni se dan precisiones sobre el exterior a esa casona de San Isidro a la que fueron invitados los amigos de Raúl, el dueño de casa. No se mencionan hechos políticos, aunque aquella fue una época muy movida. Tito empezó a escribir la obra en 1958, al comienzo del gobierno de Arturo Frondizi, y la estrenó durante la presidencia de Arturo Illia. Se produjeron levantamientos, pero el clima, creo, está dado por la condición de antihéroes de los personajes. Ellos tienen sueños, aspiraciones que no pueden cumplir. Hablo de sueños en el sentido de expresión romántica, porque por aquellos años era posible la utopía. En esa reunión, los personajes manifiestan el deseo de independizarse, trabajar por cuenta propia y salvarse. Aquel era un tiempo de transformaciones. Había triunfado la Revolución Cubana en 1959 y los movimientos sociales que se producían en distintos países anticipaban la organización de grandes protestas, como la del Mayo Francés de 1968.
–¿Qué diferencia a ese grupo de clase media de otro actual?
–Una diferencia, importante para mí, es la situación de la mujer. Todas esas mujeres se muestran insatisfechas, no están conformes ni se atreven a cambiar, pero son las que toman conciencia de lo que les pasa. En cierta medida lo subrayo. Los varones desempeñan alguna actividad. Raúl se dedica a la venta de máquinas de escribir, su amigo es comerciante, Carlos, el bohemio, se mantiene haciendo pequeños trabajos... He leído críticas y comentarios del debut, donde el director fue Yirair Mossian, Juan Carlos Gené interpretaba a Raúl y Federico Luppi, al bohemio. Los investigadores encuentran en la obra influencias de Anton Chejov, Arthur Miller y Tennessee Williams (por Elvira, en quien se creyó ver rasgos de Blanche DuBois, personaje de Un tranvía llamado Deseo). Le pregunté a Cossa por esas opiniones y me respondió que fue él quien le dio letra a los investigadores. Se dijo tanto de Nuestro fin de semana (de la que se realizaron varios montajes) que pensé en la posible influencia de Armando Discépolo, sobre todo de obras como Mateo o Relojero, de la que hice una puesta.
–¿Cómo definiría a quienes hoy integran la llamada clase media porteña?
–Es complicado, porque dentro de esa clasificación hay divisiones y subdivisiones. Por un lado está el nivel económico y por otro la cultura. La educación y la información modifican la condición de una persona. Alguien de extracción humilde que accede a un nivel terciario puede cambiar tanto su actitud como sus aspiraciones y puede tener o no mentalidad de clase media.
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