MUSICA
En los brazos y en el pecho de Concha Buika se acumulan los tatuajes: nombres, frases, y un árbol del que se elevan seis sólidas ramas. Ella los explica mientras los acaricia: “La vida de gira es dura, y para una mujer lo es más”, sostiene. “Tengo mis amuletos que me ayudan durante las giras, porque el cante a veces duele, a veces vas persiguiendo la nota y llegas a un momento en que dices: coño, no puedo, se me va. Pues, sí que puedo, venga. Y duele. En esos momentos yo miro el tatuaje de mi madre y pienso en ella”.
–¿Qué recuerda de su madre?
–Nosotros hemos sido seis hijos, más los arrejuntaos: hijos de tías y yo qué sé, hijos de amigas que la madre echaba de casa, lo que fuera. Mi mamá trabajaba limpiando en casas y hoteles, y había días que las fuerzas le fallaban. Y ahí mismo, en la habitación del hotel, se desmayaba, del cansancio, la falta de alimento. Pues ella si había un chupito o algo en la habitación lo tomaba y ¡trip! ¡venga pa’ lante! Ahora no es tiempo de desmayarse ni de flaquear, que son seis niños los que me esperan en casa. Entonces, cuando yo miro mi árbol en el escenario, cuando estoy a punto de perder la fuerza por hiperventilación o lo que sea, me ilumina su ejemplo. En la escuela, los profesores, que son los miedosos de la eternidad, te dicen que si hiperventilas tienes que parar, porque si no te desmayas. Tú sigue. Estás ahí delante de tu tribu, no te desmayarás. No te va a pasar nada, tienes a toda esa gente que te está enviando fuerza, ayudándote. ¿Qué sabe el profesor, que no ha estado en el escenario jamás? Tú sigue a tu tribu y estate dispuesta a morir en el escenario.
–¿Usted canta como quien deja la vida en el escenario?
–Todos nuestros trabajos tienen un momento que es cuestión de vida o muerte. Ese instante es mágico, por eso los escogimos. Lo de los discos, los repertorios, todo eso es una excusa, es un transporte para cruzar la línea. Es como cuando estamos en ese momento mágico del libro o de la película, o cuando el cuadro te enganchó y te fuiste. Pues, siento que en ese momento, when we cross the line, se produce algo muy mágico: ni el cuerpo nos difama, ni el saber nos corrompe ni la distancia nos separa. Ahí, de ese otro lado, realmente no hay miedo. Todo lo que inventamos que nos hace seguir aquí lo sacamos de ese otro lado. De otro modo, no sería posible.
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