LITERATURA › OPINIóN
› Por Oliverio Coelho *
La influencia de Bioy es todavía incierta aunque empieza a agravarse, según sospecho, a través de su Borges póstumo. Bioy fue leído casi siempre a la sombra de Borges y en clave Sur. Hasta no hace mucho, para mí era un asceta ejemplar, un gran contador de historias, cuya prosodia cristalina respondía a la estricta mirada de Borges. Es innegable que en sus primeras dos novelas hay una instrucción poética borgeana camuflada en el prólogo a La invención de Morel. Y no porque Bioy fuera borgeano, sino porque en la década del cuarenta escribe como los escritores que le gustan a Borges. Es decir, tiene el privilegio de satisfacer a un lector omnívoro que sin embargo no lee a sus contemporáneos.
Recién después del monumental Borges, podemos redefinir claramente ese vínculo y redistribuir la relación de fuerzas afirmando que ahí había complicidad –moral–. Estos diarios póstumos me inspiran una sospecha: el período de amistad del dúo estuvo atravesado por un cálculo de retorno, una forma de espiritismo postmortem, para que en el siglo XXI nos encontremos leyendo a Borges a la sombra de Bioy. De hecho, Bioy se ha vuelto en el siglo XXI un médium para revisar a Borges y reorganizar el mapa de la literatura argentina del siglo XX. Vale preguntarse entonces por lo propio de Bioy. Por su índole en la literatura argentina y ya no por su complexión brillante de epígono. Por un lado, algo propio de Bioy se manifiesta a partir de El sueño de los héroes. Una búsqueda coloquial algo paródica, una manera de guionar el lenguaje del pueblo. Aunque en Bioy el anacronismo no está patente como en Cortázar, porque no transita registros nostálgicos ni solemnes, sino una especie de folklorismo barrial/festivo, sí se nota el oído forzado de un escritor para el cual el habla popular comporta un problema narrativo y a la vez un interés, porque implica un punto de vista –es decir, una audición–. Bioy no deja de connotar, a través de una coloquialidad que escapa a la marca de Borges, las clases sociales de sus personajes, llegando a veces a cultivar estereotipos, tal como sucede en Un campeón desparejo o en Dormir al sol.
No obstante, y volviendo a la pregunta por lo propio, en la primera etapa de Bioy gravita un elemento personal que se rebela ante la mirada borgeana. No es una cuestión estilística, sino un asunto literario: las máquinas en La invención de Morel aparecen como dispositivos de reproducción amoroso-alucinatorio. No hay heroísmo ni patria, sino fascinación sensorial. La técnica acá serializa el deseo masculino, arruinando el destino del amante. Podría organizarse un coloquio sobre la figura de la mujer o sobre la fatalidad de lo femenino en los protagonistas enamorados de Bioy y hasta ligarlo, un poco imprudentemente, con su propia biografía. Las mujeres quedan fuera del tiempo al ser reproducidas como suma amorosa; transforman a hombres comunes –en su segunda etapa hombres de barrio–, en héroes desdichados –más adelante, perdedores–. Cumplen, en este punto, una función antagónica. El delirio amoroso es un nudo que acompaña la irrupción de lo fantástico. Y esto, en última instancia, es lo que distancia a Bioy de Borges.
* Escritor.
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