MUSICA › OPINIóN
› Por Santiago Giordano
Piazzolla nunca pudo entender por qué Leopoldo Federico no ponía su inmenso talento al servicio de las vanguardias que buscaban sacudirle el entumecimiento al tango. “Nunca olvidaré la orquesta del ’46 y el Octeto, lo que pasa es que si yo tocara así sería uno más (...). Te quiero y admiro y seguí con lo tuyo y si lo amás mejor (...). Que Dios te bendiga y tus manos también. Ya di mi trompada, ahora me largo a llorar”, le escribía Piazzolla en una de las cartas con las que polemizaron durante la década del ’80. Es que para Leopoldo Federico el tango no se dividía entre la vanguardia y el resto. La cosa pasaba por tocar o no.
Para Federico la sublevación fue tocar como tocaba, aunque a menudo apelaba al menos romántico “trabajar” para decirlo, como un sinónimo que resume mejor la mezcla de inspiración y transpiración que ponía sobre el escenario.
Así se formó uno de los grandes bandoneonistas de todas las épocas, seguramente el más solvente, y un director y arreglador que sabía que los pies pueden escuchar y los oídos bailar. En su musicalidad inmensa y en su sonido capaz de dulzuras y reciedumbres retumba el más selecto linaje del género.
Su escuela, que es su nombre, se hizo en el vértigo de los trabajos con las figuras y las agrupaciones más importantes del tango: Juan Carlos Cobián, Alfredo Gobbi, Osmar Maderna, Mariano Mores, Héctor Stamponi, Carlos Di Sarli, Osvaldo Manzi, Lucio Demare, Horacio Salgán, Astor Piazzolla, Atilio Stampone, antes de ponerle con su propia orquesta un traje a medida a la voz y al carisma de Julio Sosa. Después supo tocar con Roberto Grela, hacer un disco de solos de bandoneón del tamaño moral de una enciclopedia y sostener un dúo estremecedor con Susana Rinaldi, entre muchas otras cosas. Y siempre su orquesta, el juego que más le gustaba, lo que lo justificaba como músico íntegro.
Nunca dejó de tocar y dirigir, de trabajar. Era el portador, de primera mano, de muchos de los saberes fundamentales del tango, con los que hizo su síntesis personal. Su legado es el de un clásico, en el sentido más costoso del término.
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