Mariposa podría definirse tranquilamente como un relato “cuántico”, en el que un hecho puede ocurrir o no. A partir de ese hecho –el abandono, o no, de una bebé–, Marco Berger plantea dos historias paralelas con los mismos personajes, pero que se configuran en sus relaciones y en sus vidas de distinta manera.

–Usted afirma que éste es un material “distinto”. En Mariposa ¿se corre del cine de temática gay, donde algunos lo encasillaron?

–No sé si me había encasillado. Nunca lo pretendí. Pienso que hago cine y sí, entra dentro de una casilla para quien quiere meterlo ahí. Pero son películas y no les pregunto el género. Como siempre conté relatos de hombres, parece que sólo sé hacer eso. Con “correrme” me refería a salir del plano completamente naturalista para pasar al plano fantástico. En el mundo en que vivimos sería imposible que ocurriera porque tiene que ver con la teoría de las cuerdas, el efecto mariposa. Y si fuera posible, no podríamos probarlo.

–Hay una clave de ciencia ficción.

–Igual creo que el espectador se puede identificar perfectamente con las dos historias, porque van en paralelo y en las dos suceden cosas que a cualquiera le podría pasar. Ya pasé por la comedia romántica, por el thriller, ahora me meto en el cine fantástico. Pero desde cualquier lugar que lo mires, es muy humano.

–Si se armaran como árbol las relaciones de ambos relatos, notaría que el árbol es casi igual. Pero hay grandes diferencias de tono.

–Totalmente. Primero, las relaciones están mezcladas para que sean más divertidas desde el guión. Pensé como estructura general esta idea muy antigua de comedia y tragedia contrastando todo el tiempo. Jugar con los personajes y las historias desde un lugar muy primitivo. Soy muy clásico: primero, segundo y tercer acto. Acá era hacer una mezcla entre Plan B y Ausencia, jugar los dos géneros al mismo tiempo. Luego, yo mismo me tropiezo, porque la parte dramática tiene mucho juego también, y la comedia tiene una parte melodramática con momentos bastante fuertes para los personajes.

–En sus películas anteriores, la crítica señaló que le generaba al espectador cierta incomodidad desde lo moral. Aquí eso se repite con una relación que es cuasi incestuosa.

–Se repite la cuestión del deseo y lo prohibido. Esa es la plataforma para trabajar el amor, que es lo que me interesa. Las relaciones prohibidas o peligrosas me gustan porque ponen al espectador en jaque. Sí o sí se siente identificado y se plantea en qué lugar quedaría él si se viera atrapado ahí. Creo que no lo hago conscientemente, sólo me considero un relator y para relatar algo, para que la aventura sea interesante, tengo que hacer apuestas fuertes y tener al espectador pendiente de qué va a pasar. Pero es más la maquinaria de la estructura que armo para contar el relato que el tema.