–¿Por qué la novela histórica cayó en cierto descrédito?

–La novela histórica fue un gran éxito de mercado. Pero le pasó lo mismo que al policial en los ’40. Cuando un género tiene mucho éxito y se vende, se abren las posibilidades para publicar. En los ’90, se abrió la chance de publicar novelas históricas. La colección Narrativas Históricas, de Sudamericana, en la que se publicó La patria de las mujeres, tenía que sacar títulos. En esa situación entramos algunas escritoras que hicimos cosas interesantes y muy literarias, como María Rosa Lojo con La princesa federal o Martín Kohan con Los cautivos. Cuando hay oportunidad y el mercado necesita, publican todos. Lo positivo es que al abrirse el acceso tenés más posibilidades de que haya veinte escritores buenos de cien que cuando abrís el acceso sólo a dos. La academia literaria y los que manejan el prestigio y el canon han intentado defender sus derechos contra lo que el público masivo elige. El enfrentamiento entre lo que elige el público masivo y la academia es histórico. Después, cuando pasan los años, la academia mira para atrás y, como ahora Borges ya es Borges y Bioy ya es Bioy y Walsh ya es Walsh –además está desaparecido–, va quedando claro que el policial se ganó un lugar que no queda bien discutirlo. Yo no estoy de acuerdo con una mirada monolíticamente despectiva a los fenómenos de mercado. No reniego de haber publicado en el momento de auge de las narrativas históricas escritas por mujeres porque gracias a eso pude descubrir mi capacidad para profesionalizarme. Aprendí la importancia de tener del otro lado una editora inteligente y profesional que me ayudaba. Aprendí las cosas buenas que te puede dar el mercado. El mercado también te puede dar cosas atroces, depende de qué hacés con lo atroz y si te dejás comprar o no. Una cosa es aprender a vender tu producto artístico y otra cosa es venderte.