PLASTICA › ENTREVISTA A JUAN CARLOS DISTEFANO
› Por Fabián Lebenglik
Buena parte de la obra de Juan Carlos Distéfano –nacido en 1933, en Buenos Aires–, primero desde la pintura, en los años sesenta y, después, en los setenta, obstinadamente, a través de la escultura, tiene como centro de reflexión la figura y la idea del cuerpo humano. Se trata de la evocación de un cuerpo que, entre lo real y lo metafórico, se expande hacia todas las posibilidades de su corporeidad. Distéfano trabaja y modula la idea en varios sentidos: como objeto y materialidad, como espesura y solidez, como volumen; como organismo y tejido, como núcleo y parte principal, así como cuerpo de ley (en este caso de leyes técnicas, en función de la lógica de los materiales y de la ética del sentido). Todas estas modulaciones convergen en una suerte de narrativa visual que podría sintetizarse como el relato de los padecimientos y violencias que se ejerce sobre los cuerpos a través de la Historia, especialmente de la historia argentina.
–¿Cómo se siente por haber sido elegido para representar a la Argentina?
–Por un lado halagado, con la estúpida vanidad que puedo tener; pero por otro lado muy inquieto, incómodo, como con toda muestra mía. Después, cuando comienza y hay cierta repercusión y hablo con la gente... entonces me empiezo a aplacar y ya me siento más cómodo.
–Se ve claro en esta antología, que su obra muestra bellamente la violencia.
–Si la violencia no pasa por cierto tipo de belleza resulta indigerible. Esa violencia está camuflada, filtrada, para que de alguna manera llegue: y esto no lo programo, porque creo que si embellezco algo no quiere decir que esté forzando nada. Y como tardo mucho, busco que cierta forma sea expresiva: que me guste, que sienta placer en eso.
–Arte y violencia están muy asociados en toda la historia del arte.
–Sí, es cierto. Aunque hay artistas que adoro, como Morandi o Cúnsolo o Lacámera... con una manzanita... donde no hay violencia. Pero son pocos en la historia del arte. El arte se ha hecho en base al drama, porque es más fácil. Hay que pensar en lo que hizo la iglesia, que fue gran impulsora de las artes, metiendo miedo y terror en la gente. Y algunos de esos terrores son pavorosos; me imagino lo que haría en cierta gente iletrada durante el románico, ante ciertas obras atroces, ciertos infiernos, que son terribles y al mismo tiempo bellos. Y vuelvo a Morandi o a Garabito: allí lo que ves no es lo que importa.. si delante de Morandi alguien ve sólo botellitas, o delante de Cúnsolo, de Lacámera o de Cézanne ve sólo la manzanita..., entonces no se está viendo nada.
–A usted le lleva mucho tiempo cada obra; un año, dos...
–El paso del tiempo actúa en la construcción de la obra, que se va modificando sin traicionarse. Yo dibujo mucho y, por ejemplo, en el caso de la obra Acción directa, yo estaba haciendo una diagonal y alguien se trepaba a un palo. Un tipo. Y esa diagonal se transforma en un palo de esos que se usan para la luz. Pero esa diagonal no podía estar en el aire, flotando: entonces imaginé paredes. Pero esa solución era mala. Entonces lo que se me ocurrió fue poner otros dos palos, derechos, con unos cables.. y me di cuenta de que era una crucifixión y lo acepté. John Ford decía que para hacer cine norteamericano había que hacer un western. Y quizá para hacer una escultura tenía que hacer algo cristiano.
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