CULTURA
Martín Kohan recuerda el momento epifánico en que se dio cuenta de que en cuestiones del amor impera la democrática igualdad del no saber en un territorio donde abundan la incertidumbre y vacilaciones. “A los veintitantos daba clases a un grupo de chicos del secundario de primer y segundo año sobre (Jorge Luis) Borges. Un día una chica me contó las vicisitudes con un chico que le gustaba, pero el pibe no le daba bola. No era sustancialmente distinto de lo que me pasaba a mí con 29 años. Yo no sabía más que ella; ya había leído a (Roland) Barthes, ya había leído El Banquete de Platón, ya había leído a (Sigmund) Freud y no sabía más que ella.”
–El amor anula la experiencia, nunca produce un saber, ¿no?
–Exacto, nunca hay un saber. En la felicidad amorosa también hay un principio de zozobra: no sabés muy bien cómo se logró, por qué funcionó. No sólo viví más que esa chica, sino que leí mucho más, vi muchas más películas de amor, pero me pasaba lo mismo y sabía lo mismo. Sus dudas eran las mismas que tenía yo. ¿Qué le podía decir: que lo llame o no lo llame? Si yo también estaba viendo si la llamaba o no la llamaba. Para mí, que tengo una formación iluminista donde siempre se va del no saber al saber, rondar el no saber para indagar y merodear el amor fue una experiencia muy singular.
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