Mié 22.06.2016
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LITERATURA › NICOLáS ARISPE, EL NOTABLE ILUSTRADOR DEL LIBRO

Imágenes para múltiples lecturas

› Por Karina Micheletto

Nicolás Arispe es uno de los muchos que siguió a Alberto Laiseca en sus cuentos de terror contados, además de haber leído toda su obra (incluido Los Sorias, aunque dice que la leyó una sola vez, lo cual es como no haberlo leído). En uno de estos unipersonales en los que Laiseca era el “Maestro” del terror, el ilustrador escuchó, primero narrado, La madre y la muerte. Su convicción de que tenía que tomar forma de libro fue el primer motor de esta edición de Fondo de Cultura que hoy se presenta (ver aparte), a la que luego la editorial sugirió sumar La partida, un cuento del mexicano Alberto Chimal, de similar pulso e idéntico tema conductor: el de la muerte de un hijo. Arispe enlazó estas dos historias con técnica y estilos únicos, utilizando tan solo una herramienta que dice que le quedó como herencia del colegio industrial: la Rotring 0,2.

“Con Mariana, mi mujer, nos habíamos vuelto fanáticos seguidores de Laiseca, íbamos a cuanto recital de narración diera”, recuerda el ilustrador en diálogo con Página/12. “Me acuerdo de grandes momentos en el Museo Larreta, en un ciclo que hacía en el Centro Cultural Zas, atrás de Plaza Miserere. Fue ahí donde, una vez, terminó con este cuento. Cuando escuché el final me quedé helado, me resultó tan impactante cómo lo contaba, con esto que, como dice él, es tan despojado. Me pareció un cuento redondo, un mecanismo de relojería, y así como lo contaba estaba perfecto para ilustrar. Me fui a mi casa con esta idea y a partir de ahí empecé a bocetar”. Arispe consiguió luego una versión que alguien grabó en una entrevista radial y subió a internet, la desgrabó, y de algún modo “se jugó” por este cuento: terminó todo el trabajo antes de ir a pedirle permiso a Laiseca para buscar su publicación.

Antes de La madre y la muerte y La partida, Arispe ilustró y también escribió libros como El camino más largo (Fondo de Cultura Económica), El insólito ascenso de Madame Pol (Faktoría de Libros), Té de palacio (Ediciones Del Eclipse), y en algunas de estas obras ya se esboza un estilo que madura en este nuevo libro, siempre en blanco y negro y con un nivel de detalles que abre una multiplicidad de lecturas en las que hasta, cuenta, intentó dejar rastros de al menos una obra de arte en cada ilustración. Entre las múltiples citas y referencias, más o menos explícitas, para el cuento de Laiseca tomó como referencia a J. J. Grandville, un caricaturista francés reconocido por dibujar animales de forma humana, en muchos casos mezclando cabezas y cuerpos de unos y otros. En el segundo cuento, mientras tanto, parte de su origen mexicano para dialogar con las calaveras de José Guadalupe Posada.

– ¿Qué lector imaginó cuando ilustraba?

– Creo que este es un cuento que puede leer un pibe, pero en los más chicos está bueno que sea acompañado, sobre todo porque puede disparar muchas dudas en los textos y en las imágenes. De doce años para arriba, imagino que lo puede leer cualquier pibe, y que entienda lo que entienda. Yo empecé pensando en hacer un cuento macabro para chicos. Pero conforme iba avanzando, y le iba encontrando cosas a los textos, borré la noción de para quién. Y creo que eso se ve en el libro. Leí un reportaje a Chimal y creo que dio la mejor respuesta sobe el para quién: dijo “es para lectores”. Y es así: un libro para lectores.

– ¿Qué fue lo que, concretamente, lo impactó cuando escuchó el cuento?

– Me gusta la vuelta de tuerca del final, cómo Alberto pone a hablar a la muerte, que es algo que el original no tiene: esa muerte casi sorprendida, que dice: yo hago este trabajo que no me gusta hacer. El momento que me genera una conmoción estética es el final, que es una patada en la cabeza. En ese sentido es la estructura clásica de Julio Verne en La vuelta al mundo en ochenta días: el tipo nos lleva hasta un lugar, pero termina el cuento y se resignifica todo. En este caso me pareció que eso estaba perfectamente montado. Y desde otro punto de vista, me atrapó porque es muy difícil que haya cuentos de terror con esta calidad, con esta profundidad poética, para pibes y para lectores en general. Partir de la muerte, como tema vedado en Occidente, también me interesó. Me pareció que este cuento tenía algo para decir al respecto.

– ¿Y qué es lo que quiso decir usted, desde la ilustración?

– El tema es el más horroroso que hay: la muerte de un hijo. Para mí fue tomar el temor más horroroso que tengo, y hacer algo con eso. Nosotros con la muerte no podemos hacer nada. Bien, esto es lo único que podemos hacer: Un poco de arte. Y, tal vez, un poco de humor.

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