CINE › MARTíN FARINA Y MARCO BERGER PRESENTAN EL ESTRENO DE TAEKWONDO, UN PROYECTO CONJUNTO
El documentalista de Fulboy y el director de Plan B y Ausente se unieron para realizar una ficción que tiene cierto espíritu documental. “Claramente hay una empatía en la forma de trabajar, y eso nos dio mucha tranquilidad”, afirman sobre el film que compitió en el Bafici.
› Por Ezequiel Boetti
Marco Berger había dirigido cinco ficciones (un corto y cuatro largos) de géneros y tonos bien distintos, pero siempre con el deseo físico y la tentación de lo prohibido como cuestiones troncales y casi siempre encarnadas en la posibilidad de la relación amorosa entre dos hombres. Martín Farina tenía en su haber tres documentales, uno de los cuales, Fulboy, giraba en derredor de la intimidad del plantel de Primera de Platense y prodigaba imágenes de jugadores paseándose ligeros de ropa, cuando no directamente desnudos. Codirigida entre ambos, Taekwondo no podría ser otra cosa que lo finalmente es: el ensamblaje casi perfecto de los temas del director de Plan B y Ausente y la exploración de la dinámica masculina del segundo largometraje de Farina. “Fue la primera vez que sentí que yo ponía la cámara donde la hubiera puesto él. Nos une el parecido estético: si yo ‘robaba’ el disco con el crudo de Fulboy, lo montaba y lo estrenaba, nadie hubiera dudado que era una película mía. Claramente hay una empatía en la forma de trabajar, y eso da mucha tranquilidad”, dice Berger sobre el film que se verá desde hoy en el Espacio Incaa Km.0 Gaumont.
Estrenada en la Competencia Argentina de la última edición del Bafici y rodada en sólo nueve días, Taekwondo comienza con dos amigos (Gabriel Epstein y Lucas Papa) llegando a una quinta en las afueras de la ciudad. Amigos que quizá sean –o quieran ser– otra cosa, según se deduce de las miradas cruzadas que se dispensan una y otra vez. Como en Hawaii, tercer largo de Berger, el avance del relato conllevará una creciente tensión sexual entre ambos, al tiempo que el resto de los torneados integrantes del grupo de hombres que componen el universo de la quinta permanece ajeno, enfrascado en sus charlas sobre minas, en sus porros, en sus juegos improvisados, en el placer efímero del divertimento vacacional, en esa “intimidad del hombre solo, sin prejuicios ni la mirada de lo femenino sobre ellos”, tal como define Berger, también autor del guión. “Tenemos una idea parecida de que lo sexual es un lugar de tensión de muchas cosas”, completa Farina. A continuación, entonces, los realizadores hablan la elección de los actores, la construcción de un guión que no parece tal y los bondades de filmar con lo que haya a mano, atándose únicamente a los mandatos del momento.
–Ninguno de los nueve personajes desentona. ¿Cómo trabajaron el casting y la dinámica entre los actores?
Marco Berger: –Con el tiempo fui aprendiendo que en un casting tenés que quedarte con los mejores. Si tuviste suerte y cayó gente muy genial, hay que agarrarse de eso. Los nueve actores son en cierta forma los mejores de los 90 o 100 que vinieron. Yo escribí el guión después de elegirlos, así que empecé a armar el grupo ahí. Después, y más allá de cómo los haya elegido, ayuda mucho la naturalidad de los diálogos. Cuando en un guión tenés un texto que copia mucho de la realidad, los actores quedan mejor parados. Además, tuvimos mucha suerte porque hubo química entre ellos. El primer día fuimos a jugar al pool, después los hice jugar al fútbol desnudos para que se sintieran libres y perdieran las inhibiciones y la vergüenza. Nos llevamos muy bien en el rodaje, y con cuatro o cinco de ellos nos hicimos muy amigos.
–Recién mencionaba la naturalidad de los diálogos. ¿Cuánto hay de escrito y cuánto de improvisado en Taekwondo?
M. B.: –Siempre mis películas están todas escritas. En Plan B tuve ese problema: mucha gente creía que era todo improvisado y a mí, como guionista, me hacía explotar la cabeza que pensaran eso. Después, cuando hice Ausente, que era más compleja, se empezó a entender mi lógica. Siempre autorizo algún bocadillo, pero en general está todo en el guión. Lo que pasó acá es que era una película coral, así que ellos tenían tiempo para aprender la letra. Yo había escrito todos los diálogos el último fin de semana.
Martín Farina: –Sí, y después filmamos durante nueve días. La quinta es de un familiar mío y ahora está medio en decadencia. En el guión se dice que fue un centro de rehabilitación para fumadores, una verdad a medias porque en realidad fue un centro de rehabilitación para gente con sobrepeso.
–Todos los actores tienen los cuerpos bien trabajados. ¿Por qué les interesaba que fueran así?
M. B.: –Claramente son pibes de quinta de clase media alta, pibes que se cuidan, que hicieron rugby en el colegio y que hoy van al gimnasio. Y la película juega con ese erotismo. También hay una lógica de las amistades: si fuera un grupo que tiene una banda de heavy metal, quizás usarían el pelo largo y se los vería con más panza y barba. Creo que hay algo de la masa de amigos que se ve en todos lados. Hay muchos pibes así, y no tiene que ver sólo con la clase social.
–Si bien en todas las películas de Berger el sexo es uno de los grandes motores de las acciones de los personajes, nunca fue un tema de conversación tan recurrente como aquí…
M. B.: –Es que quería jugar con la idea de un grupo de amigos solos, que se dicen “puto” cada dos minutos y están jugando todo el tiempo. También era una forma de romper un mito, incluso hasta personal, de que porque se toquen las bolas o se bañen juntos no significa que sean gays. Simplemente es una cosa lúdica. De hecho, el deseo de la mayoría de ellos está tan orientado hacia lo femenino que tienen una libertad como de nenes. Eso es lo que me gusta, siento que el guión pudo retratar bien esa intimidad del hombre solo, sin prejuicios y sin la mirada de lo femenino sobre él. También hay una parte muy frágil, toda la cuestión de los deseos y el desamor, una cuestión más íntima.
–Taekwondo es su película más leve y volcada a la comedia desde Plan B. ¿Le interesaba volver a ese tono?
M. B.: –Lo que más me interesó de Taekwondo es que para mí fue la primera película en la que sentí que filmé un tiempo estático en el que no hay un devenir de las cosas, como si fuera un tiempo cero en un lugar donde no hay un mañana. Fue la película en la que menos conflicto puse, quería saber qué pasaba si contaba una historia en la que no avanzara nada y sin embargo fuera entretenida.
M. F.: –Nunca había trabajado en un esquema de ficción con un guión, entonces el desafío para mí era cómo aportar algo a toda esa dinámica de trabajo tan pequeña. Fue una película para pensar también desde lo formal.
–Más allá del esquema de ficción que dice Farina, la película por momentos transmite una sensación de documental…
M. B.: –Sí, un treinta por ciento de la película está trabajada con una forma que yo nunca había hecho antes, que fue decir “chicos, pileta” para que ellos se tiraran y se movieran libremente mientras Martín filmaba. Ficcionalizamos situaciones mientras él documentaba, y yo ahí no tenía ningún tipo de decisión porque sabía que podía confiar plenamente en él.
M. F.: –Con la escena de la escondida pasó eso. En principio no íbamos a hacerla porque creíamos que ya teníamos el material suficiente, pero empezó a llover y en poco tiempo resolvimos una secuencia sobre la marcha y prácticamente sin luz.
M. B.: –Eso es lo bueno que tienen los proyectos en los que todo tiene que ver con lo que está pasando realmente ahí. Martín me dijo: “Bueno, llueve, no podemos hacer la escondida”. Entonces filmamos desde adentro con ellos afuera. Ahí es donde la película va creándose sola y uno simplemente la retrata. Me encanta filmar de esa forma. Si fuera por mí, haría todas las películas de esta forma, pero hay todo un sistema con millones de cosas en las que uno tiene que encajar.
M. F.: –Lo que terminamos descubriendo es que compartimos una mirada. Para ninguno de los dos una lente o una luz era más importante que lo otro. Eso debe haber contribuido para que los actores dejaran todo.
–Berger, usted ahora habla de filmar “lo que está pasando ahí”, pero su película anterior, Mariposa, fue la más grande en términos de producción de toda su trayectoria. ¿Necesitaba volver a algo más chico?
M. B.: –No es que necesitaba eso, no me agarro a ninguna regla. Después de Ausente todos me decían que hiciera algo grande, y yo hice Hawaii, que era más chica que Plan B. No sé si tengo referencias de otros directores, pero sí de los procesos de la carrera de Kim Ki-duk, que pasa de una película de gran presupuesto a otra filmada con una cámara en un tren. Si la historia está ahí, la agarro como puedo: con un teléfono, una cámara 7D o con Darín y 20 millones de dólares. No me importa demasiado, me adapto a lo que venga.
–Cuando se estrenó Hawaii dijo a este diario que antes le preocupaba la etiqueta de cine gay, pero que cada vez le importa menos. ¿Hay una relación entre eso y la ligereza que sobrevuela el relato?
M. B.: –Ya no me preocupa nada. Siempre quiero ser el primer espectador de mis películas. Antes padecía una especie de karma por quedar en un nicho. Ahora no me interesa. Creo que nunca voy a filmar una película para dos millones de espectadores, pero no me voy a preguntar mucho si quisiera hacer algo distinto. Ahora tengo un sobrino de dos años, y quizá cuando tenga ocho yo “flashée” y haga una película tipo Los Goonies para regalarle. Siento que no hago películas gays, esas son etiquetas que llegan después. Hago películas que me gustaría ver, y lo gay es más una cuestión del resto, no mía.
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