LITERATURA › OPINION
› Por Gabriel Guralnik *
Tren Patagónico, septiembre de 2004. Dos docenas de estudiantes buscan actividades que justifiquen su presencia en el viaje. La Fundación Ciudad de Arena no tiene, a esa hora, nada programado. Como de la nada, sale un hombre joven, de sombrero, que guía a los alumnos hacia el vagón-exposición. En cinco minutos, un taller de escritura se organiza en torno de la magia del hombre joven, que sin más recursos que la palabra elude la monotonía del Desierto. Enseguida el vagón se llena con más estudiantes, docentes, escritores, y hasta personal de a bordo. Las cámaras también se hacen presentes. Despistada, una señora pregunta quién es el autor del milagro. “Rafael Pinedo”, le responden con algo de ironía quienes lo conocen.
Facultad de Filosofía y Letras, noviembre de 2006. Un centenar de personas ocupa la biblioteca. Es el 4º Encuentro de Género Fantástico. En las mesas de trabajo reina cierta perplejidad, por la libertad de las consignas. En una mesa del fondo, las risas de los asistentes apenas son superadas por la velocidad con la que escriben. Los anima un hombre joven, que (según los presentes) es autor de casi todas las ocurrencias que pasan al papel. Es Rafael Pinedo, animoso en momentos en los que otros ni siquiera habrían asistido.
Rafael Pinedo creó un clásico: Plop se seguirá leyendo en dos décadas, en tres, en cinco. Su segunda novela –Frío– se publicará en breve: si alguien cree verlo en la presentación, acaso esté en lo correcto. Si alguien, luego de leer Plop, lo ve por la calle, también. Es fácil de distinguir: mirada viva, sonrisa ancha, barba cortada casi al ras. Un hombre joven como su novela, Plop, joven como todos los clásicos. Joven para siempre.
* Fundación Ciudad de Arena.
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